Complicidades

La escritura curativa

Carlos Marzal

Carlos Marzal

Los escritores suelen decir a menudo que la literatura es curativa, medicinal. Desde el punto de vista del creador y desde la perspectiva de un lector cualquiera. Me encuentro entre quienes defienden esta tesis.

Si como lectores no hemos sentido la conmoción de que lo que estamos leyendo nos hace felices, nos expulsa de nosotros mismos y nos empuja hacia el mundo exterior, no hemos leído de verdad ni hemos descubierto uno de los fines últimos de la literatura. Si no adquirimos la certeza de que lo que estamos leyendo es justamente lo que necesita nuestro espíritu en este instante, aún no hemos encontrado los libros adecuados, nuestros autores de cabecera.

La lectura, por descontado, es un «pasatiempo» -es decir, una manera de «matar el tiempo», mientras él se encarga de matarnos-, pero también constituye una ceremonia de asentimiento al mundo, de comunión con el espíritu de otro individuo, por encima del espacio y del tiempo. Los lectores estamos convencidos de que algunos poemas están escritos para nosotros, de que algunos novelistas muertos hace siglos son nuestros amigos íntimos, de que algunas páginas nos reconcilian con la vida, nos administran conformidad con la existencia, incluso un secreto orgullo de pertenencia a la raza humana.

La salud puede que sea tan sólo el olvido de la enfermedad, un paréntesis amnésico entre dos momentos de dolor, el abandono del cuerpo a su tarea mecánica pura, y la emoción estética -la de la poesía, la de la música, la de la pintura- nos aturde de nosotros mismos y nos lleva a ese lugar impecable que denominamos «parte alguna», precisamente porque significa estar en cualquier lugar en el que somos felices.

Desde el punto de vista del escritor, la sanación a través de la literatura significa para mí una evidencia, siempre y cuando entendamos la palabra «sanación» con cierta generosidad. (Además, nadie sabe a ciencia cierta qué es curar, y qué no lo es).

Cuando digo que la literatura me sana, me cura, quiero decir que me justifica ante mí mismo, me acomoda en el mundo, me da mi lugar, me hace asentir a las cosas que tengo delante. Lo que escribo y lo que leo constituyen mi destino, y la salud necesita corroborar su itinerario, sentir que existe un rumbo, incluso cuando ese rumbo consiste en flotar a la deriva en nuestra propia vida.

Me gusta la palabra placebo, y su etimología. Viene de placere, complacer, lo que nos proporciona bienestar, aunque sea falso, aunque sea ficción. Al principio los placebos eran quienes iban a llorar por encargo a los muertos de las familias ricas que podían pagarse un coro doliente, profesionales de la emoción artificiosa: como los artistas. Los placebos sanan, los escritores curan.

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