Ágora

Por la igualdad: ni un paso atrás

Mar Vicent

Mar Vicent

De la concentración realizada ante les Corts Valencianes en el día en que el fascismo se hace con el cargo más importante de la institución, se vuelve con la cabeza fría y el corazón caliente. Corazón caliente porque hierve la sangre constatar cómo se pretende cerrar la boca a las mujeres, para no perjudicar la foto protocolaria. Cabreadas por la imaginativa idea de obligarnos a colocar la pancarta tras unos frondosos macetones y una fila de policías, altos y de espaldas anchas, para invisibilizarnos. Ha tenido que venir la Delegada del Gobierno para hacer cumplir la ley, para dar validez al permiso concedido y permitirnos avanzar dos metros, dos tristes metros, para que se viera la cabecera de la concentración.

Daba igual, porque oírse se nos oía. Daba igual, porque a las mujeres concentradas, feministas de todos los pelajes, de arraigadas militancias, no se nos frena con un macetero. Demasiados años de pisar las calles, de enfrentar gobiernos, de derrotar políticas que pretendían arrebatarnos el poder de decidir sobre nuestros cuerpos, de ocupar en el mercado laboral aquellos puestos para los que estamos sobradamente preparadas, de articular políticas de conciliación y corresponsabilidad, de llevar a las escuelas la educación en valores que genera seres humanos libres y capaces de convivir en paz. Todo ese esfuerzo, colectivo e imparable, no va a ser borrado por quienes quieren derogar leyes y retrotraernos a ese país oscuro y triste de abortos clandestinos y de ensalzamiento de una familia que ya no responde a la diversidad hoy existente. Ese país cruel cuyos gobernantes se meten en la cama de la gente para imponer su ideología y en el que en las escuelas no se enseña convivencia, sino supervivencia. Años de lucha organizada han conseguido superar ese retrato en blanco y negro, no tan lejano, en el que a las mujeres se les pegaba “lo normal” y tenían las criaturas que Dios les daba.

Donde las cocinas estaban siempre bien atendidas por mujeres que de forma obligatoria garantizaban el cuidado y la supervivencia de la especie. Ese país sordo y ciego ante la cara indecente de la violencia machista, aquella que agrede y mata a las mujeres por el hecho de serlo. Años de lucha organizada generando una conciencia social y política, cristalizada en recursos y servicios que de ninguna manera pueden desaparecer. Dejar sin protección y sin futuro a las 12.000 denunciantes de violencia de género de nuestro territorio sería una obscenidad moral sin parangón. Y es lo que promete el nuevo Gobierno.

Tantos motivos para el cabreo no deben ocultar la trascendencia de las próximas elecciones del 23J, que hay que enfrentar con la cabeza fría. Que Santiago Abascal venga de visita a les Corts Valencianes es muy preocupante, pero que entre a formar parte del Gobierno del Estado español es verdaderamente aterrador. Todo esfuerzo por impedirlo es más que necesario. Para evitarlo, las urnas deberían rebosar de votos, alegres y esperanzados, que sustenten opciones políticas capaces de consolidar y ampliar las políticas de igualdad. Frente a la inminencia de la catástrofe, queda la reacción inteligente, pragmática y eficaz de las mujeres. Una respuesta contundente desde un marco común que no es otro que el feminismo antifascista, porque a día de hoy es imprescindible identificar certeramente dónde está el enemigo real. Unidas, desde la generosidad y la lucidez, trabajemos para que el 23J se abra un futuro para la mayoría social y no se convierta en una condena para la mitad de la población.

*También firman este artículo Cándida Barroso, Pilar Mora, Cloti Iborra, Beatriu Cardona, Teresa Meana, María José Lianes Laserna, Elisa Sanchis Pérez, Amparo Martí Ibáñez, Cristina Escrivá, Rosana Cervera, Maika Barceiro Ruiz, Ester Calderón y Encarna Canet.