La espiral de la libreta

El sentido de la vida y Josu Ternera

Olga Merino

Olga Merino

Puta vida, jamás es lo que esperas. Maravillosa vida, que a veces reparte frutos jugosísimos. Entre medias (y con suerte), te duchas miles de veces, lustras zapatos, acompañas a tu padre a la retahíla de médicos, haces cola en el súper, te acatarras, pelas quintales de patatas, crías hijos, pagas facturas y te acuestas más o menos a la misma hora, sin demasiadas impugnaciones, por pura inercia y sentido de la responsabilidad. Todo esto, ¿para qué? Aun cuando el sentido de la vida es la pregunta más profunda de la filosofía, ya sea académica o de barra de bar, uno se la plantea en contadas ocasiones, pues resulta imposible soportar a diario semejante peso sobre las clavículas. ¿El motivo? Porque la cuestión arrastra una verdad granítica: el tango tiene final. Puede que una motivación, una pequeña esperanza, ayude en el viaje. La fe, para quien la tenga. La contemplación de la belleza. El trabajo vocacional, ya sea fabricar una mesa de roble o culminar la teoría evolutiva. Pero sobre todo se alcanza cierta plenitud de la existencia en las relaciones interpersonales, en el amor, aun fugaz (suena cursi, pero es más verdad que el pan y la tierra). Más que el propósito, el quid del asunto radica en el vive, deja vivir y esquiva, en la medida de lo posible, a los ‘hideputas’, que diría Quevedo.

Sin arrepentimiento

A todo esto, hacia el final del documental ‘No me llame Ternera’, de Jordi Évole y Màrius Sánchez, recién exhibido en el Festival de Cine de San Sebastián, el periodista pregunta a José Antonio Urrutikoetxea, alias Josu Ternera, sobre si ha tenido sentido «todo esto», entendido el eufemismo como los 50 años de violencia terrorista. El exdirigente de ETA responde: «Sería monstruoso que dijera que mi vida no ha tenido sentido». El entrecomillado y los que siguen los ha distribuido la agencia Europa Press sobre el contenido de la película, en la que Ternera despacha como «error de cálculo» a las víctimas indiscriminadas, y le dice a Évole que «va un poco demasiado lejos» cuando este le recuerda que, en el atentado de Hipercor, había escamas de jabón mezcladas con el explosivo (amonal) para propagar el fuego. No hay atisbo de arrepentimiento ni discurso conciliador y apenas compasión, el más humano de los sentimientos, porque si los hubiera, si dudara un solo segundo, sería como para pegarse un tiro. Pero ¿prohibir la emisión en el festival? Ni hablar. Algunos chavales no tienen ni idea hoy de quién fue Miguel Ángel Blanco. Y, a la postre, el personaje parece mostrarse como lo que es; que cada quien juzgue. «Un tío escaso de inteligencia, sin ideología, mediocre, unidireccional, sin empatía, soberbio y preso de su mundo»: así lo define Josu Elespe, cuyo padre, concejal en Lasarte, fue asesinado por la organización en 2001.