Visiones y visitas

La solución inversa

Juan Vicente Yago

Juan Vicente Yago

Cabe proponer la solución inversa, la solución que deja en evidencia la respuesta facilona, politicorrecta y empobrecedora que se viene dando a la contaminación. Cabe proponer el reverso de la cortapisa, del racionamiento y del atraso; del esperar que los lavavajillas rebosen y del renunciar al coche, al plástico y a tantos inventos maravillosos que mejoran la vida. Resulta que, gracias a la ingeniería, los electrodomésticos ajustan el consumo hídrico al volumen de carga, y los motores diésel reducen los humos en más del noventa por ciento. Cabe, pues, la solución inversa; la solución revolucionaria porque no constriñe ni limita ni ahoga ni esclaviza; la solución inteligente que no corta por lo sano: la solución inversa de no parar el comercio ni la industria ni el transporte, sino disminuir sus emisiones con la técnica y compensarlas con grandes masas arboladas; de no temer al electrodoméstico sino construir pantanazos y pantanetes allá donde pueda recogerse un puñetero metro cúbico de agua; de no prohibir el plástico sino vigilar y educar para que se recicle —¿pena de limpieza viaria para el que tire plástico?—. Es una verdad incontrovertible que hay personas que no están para salir de casa, como también lo es que retiradas de la circulación pueden ser muy útiles a la sociedad. Pero hablábamos de la solución inversa, la políticamente incorrecta, la de mejorar el mundo sin pararlo y sin llegar a la camiseta de tirantes en verano, el chándal en invierno y el pedaleo compulsivo en todo tiempo. Flota en el aire la sospecha de que la solución pergeñada para el veinte treinta —lo mismo podría ser veinte cincuenta— no se explica por el sentido común y menos todavía por el bien ídem, sino por el hecho, también incontrovertible, de que los poderes públicos ven la trastienda, el envés de la trama, la tramoya del asunto, la otra parte de la barrera, para nosotros impenetrable, que forman los cajeros automáticos y las oficinas del estado; de que conocen perfectamente la millonada que guarda el populacho, el dineral que tiene ahorrado, el inmenso remanente que yace muerto en las cuentas que no corren. Y no les parece bien, a estos poderes tan públicos, que la chusma tenga ese dinero parado: quieren hacerlo correr, fluir, volar hacia el enorme armatoste burocrático para que nuestros amados líderes organicen a su gusto, dispongan a su antojo y puedan diseñar sin trabas un electorado que los perpetúe, los gargantúe y los pantagruelice; quieren que no esté parado en cuentas y en depósitos a plazo; quieren que pase al erario, donde se le dará el uso utilísimo del ayudismo, el clientelismo, el tren gratis y la jauja delirante. La solución ortodoxa, la solución establecida, la solución oficial parece ir en este sentido, tener este objetivo, buscar esta crisopeya vil que nos transmutará en galeotes. Por eso cabe contraponer la solución inversa, que aprovechará los descubrimientos de la ingeniería y fomentará el trasiego de dinero en metálico para fastidiar al consorcio de los poderes en abierto y los poderes en la sombra que dicen perseguir el dinero negro pero también persiguen el dinero blanco, limpio y sonante de la faltriquera ciudadana; y que nos ofrecen transporte público de calidad lamentable. Así nos acostumbramos al tren borreguero y al metro sardinero; al autobús de la gripe y la diarrea, de la tos, la flema y el estornudo, del sobaco cebollero, el pinrel explosivo y el calzoncillo inefable. Así nos vamos haciendo a vivir de improviso, en el aire y de milagro. Pero hay otra posibilidad, otra solución además de la dada, y es la solución inversa, la solución de conducir y lavar cuando nos parezca sin contaminar mucho ni agotar el agua, la solución de neutralizar el humo en vez de no producirlo, la de la libertad en lugar de la esclavitud, la riqueza en lugar de la pobreza y la vida en lugar de la muerte. Cuando los vientos braman extremistas hay en el plumín como un fulgor de capitalismo.

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