Mirador
La princesa que será reina
El martes pasado vimos cómo la princesa Leonor, mujer de sutiempo, juró la Constitución en un acto solemne coincidiendo con sus 18 cumpleaños y lo hizo como heredera del trono de España, aunque nuestra Constitución siga primando en la línea sucesoria al varón sobre la mujer, algo inexplicable en estos tiempos en los que a unos y a otras se les llena la boca con la palabra igualdad, tan maliciosamente desigual en algunos casos.
En estos días ando leyendo un libro, El retrato de casada, de Maggie O’Farrell, que bien podría titularse Lucrezia, que es el nombre de la niña de trece años, hija del gran duque Cosimo de Medici, a la que casan con un hombre doce años mayor que ella, Alfonso d’Este, primogénito del duque de Ferrara. La vida de Leonor nada tiene que ver con la de la niña Lucrezia, nacida en Italia a mediados del siglo XVI y cuando la vida de una mujer era proporcionalmente valiosa en virtud de su capacidad para dar un heredero al heredero.
Me sirve Lucrezia porque, sin ser Leonor, ambas de una forma u otra tienen su destino marcado en la familia y el lugar mismo de su nacimiento, algo que les sigue persiguiendo a muchas mujeres según haya sido el país y la cultura que las vio venir al mundo y ese algo las hace vulnerables, invisibles y como la niña Lucrezia responden a los intereses de sus padres que en ellas solo ven un cuerpo que satisfaga los deseos de un hombre que pagará una dote y su esclavitud.
Por eso es importante que Leonor esté ahí, serena, convencida y convincente, sabedora de los sufrimientos de todas las mujeres que la han precedido, de los obstáculos que la vida le impondrá independientemente de que un día sea la reina de un país que conoce e intuye versátil, multicultural, alejado y cercano, un país que es monárquico y republicano y tan válida es una opción como otra y aceptar e intuir todo eso hace que Leonor represente ante los ojos de muchos españoles una opción poco casposa y sí atractiva al saber cómo hemos sido gobernados cuando la corrupción, el engaño y las infidelidades corrían por la sangre de ciertos políticos y algún rey.
Ignoro qué pasará por la cabeza de una niña que nace reina, de una niña para la cual la historia ha escrito su destino y de la que se espera talento, diálogo, constancia, amor, respeto, prudencia y una alta dosis de responsabilidad y paciencia. La corona es su destino y quizá ella finalmente entienda a esta España plurinacional que quiere ser querida y respetada y que huye de los que una y otra vez la profanaron en su propio nombre.
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