Ágora

Los móviles, la escuela y sus dobles

Luis Villacañas de Castro

Luis Villacañas de Castro

En su excelente texto La enfermedad y su doble, de 1971, el psiquiatra italiano Franco Basaglia denunciaba el proceso por el que la realidad se traducía primero en una ideología que la falseaba; ésta actuaba, después, como un punto de partida para transformar la realidad conforme a ella y crear una «realidad dual», cuyo principal objetivo era, finalmente, aportar los recursos que asegurasen que tanto el falseamiento de la realidad en ideología, como el continuo crecimiento de esa realidad dual, se perpetuasen en el futuro. Como parte de esta dialéctica perversa, «a los seres humanos se los forzaba a convertirse en algo que no eran, puesto que aquello en lo que se les obligaba a convertirse no formaba parte de su naturaleza».

La realidad dual y contra-natura que me interesa analizar ahora la conforma el niño que no tiene quien lo empuje en el columpio porque su padre está mirando el móvil; los viajeros del tranvía que miran vídeos en sus dispositivos a todo volumen, sin cascos, sin preocuparse de que existan a su lado seres humanos que, tal vez, no quieran escucharlos; adolescentes que matan las tardes de otoño en los bancos de sus barrios, ingiriendo comida basura, ensuciando el suelo, mirando el móvil; parejas que salen a cenar y no hablan, cada uno enfrascado en su pantalla; bebés expuestos al móvil en sus carros mientras, a su lado, su madre habla con una amiga; un padre que mira su teléfono en una cafetería mientras su hija de cinco o seis años se come, delante de él, una caracola de chocolate en silencio, con la mirada perdida.

En el mundo de mi infancia de hace treinta años, todos estos comportamientos hubiesen sido catalogados, automáticamente y sin dudarlo, como patológicos. Nadie entonces hubiese discutido que a las personas que así se comportaban les estaba pasando algo, que tenían algún problema, incluso alguna enfermedad. Quizá por ello me resulte imposible no interpretarlos hoy como parte de una realidad que se aleja de cualquier principio de salud, naturaleza y verdad. Como sugería Basaglia, dominados por la ideología de las nuevas tecnologías y dispositivos de control, arrastrados por los intereses de unas empresas tecnológicas que se afirman de forma absoluta, continuamos fabricando una realidad dual en la que comportamientos que como mínimo son antisociales, que no benefician a nadie y de los que nadie obtiene felicidad, son naturalizados sin que ninguna institución, científica o no, alce la voz contra ellos.

Por fin una institución ha empezado a hacerlo. Me llena de alegría leer en las páginas de este diario que institutos de la Comunitat Valenciana han tomado la iniciativa para prohibir el uso del teléfono móvil en su interior. No han esperado a nadie para reaccionar a aquello que hacía imposible su labor educativa. En Cataluña, también lo han hecho algunas familias. Para eso sirven las instituciones, para afirmar su perspectiva y darla a conocer al resto de la sociedad. A ver si el resto de instituciones (judiciales, políticas, científicas) escuchan. No sé si los comportamientos que he descrito arriba son patológicos, pero de lo que sí estoy seguro es que no son educativos. De hecho, ha sido con plena conciencia que he dejado fuera los efectos derivados del uso de las redes sociales que los profesionales de la salud mental están detectando ya en niños, adolescentes y adultos. Como tampoco he analizado los cambios en las conductas sexuales, ni la demanda interpuesta en los Estados Unidos por cuarenta y uno de sus estados contra Meta, por los efectos psíquicos que Facebook e Instagram han causado en miles de adolescentes. Ojalá esta iniciativa judicial se extienda dentro de nuestras fronteras.

Pero volvamos a la educación. En el libro citado, Basaglia escribía que en el proceso por el cual la realidad se falsificaba y la ideología se convertía en un patrón para seguir torciéndola, en demasiadas ocasiones la ciencia se prestaba a ofrecer «la realidad ideológica que es más apropiada para mantener y desarrollar el sistema social existente». Al leer esto, he pensado en esos expertos que se han pasado décadas promocionando las bonanzas pedagógicas de los teléfonos móviles, de las nuevas tecnologías, cuando todo aquél que haya visto cualquiera de las escenas arriba descritas sabrá, intuitivamente, que si algo tienen en común es que no son educativas. Porque el fin de la educación es acercar la realidad a los individuos mientras se les da claves para que puedan transformarla y, a la vez que lo hacen, puedan crecer y cambiarse también a sí mismos. Pero los dispositivos móviles alejan a los niños, a los adolescentes, a todos, de la realidad y de aquéllos que tenemos más cerca. Los móviles roban, no dan, oportunidades de relacionarnos con la realidad. Capturan la atención, no la canalizan. Puesto que crean una realidad dual y falsa, son más obstáculos que tecnologías para la educación. Pero lo que nuestra educación necesita es más proximidad con la realidad, no menos; y viceversa, lo que nuestra realidad necesita es que las escuelas e institutos le presten más atención, no menos, como un paso necesario para lograr transformarla.