ágora

El valor de la naturaleza en la cuestión de Palestina-Israel

Carme Melo

Carme Melo

El proyecto colonial israelí responde a unas dinámicas espaciales basadas en la desposesión, el acaparamiento de recursos, la fragmentación del territorio y los asentamientos ilegales. Ello ha permitido a Israel tener una posición privilegiada en una región de enorme importancia geoestratégica y ambiental. En este sentido, la Unión Europea firmó en 2022 un acuerdo con Israel para transportar gas a Europa a través de Egipto y reducir así su dependencia energética de Rusia. Por eso, los yacimientos de gas que aguardan ser explotados frente a las costas de Gaza son clave para la política exterior israelí. Como denunciaba en 2019 Naciones Unidas, Israel ha impedido que Palestina explore esas reservas y decida cómo disponer de esta fuente de energía. Esta mercantilización de los recursos de Palestina no solo atenta contra el derecho a su soberanía energética, sino que además omite el debate sobre las implicaciones que las transiciones post-fosilistas tienen para esta región del planeta.

Pero no solo se trata de energía. El gobierno israelí enarbola un discurso basado en el entusiasmo tecnológico y una visión prometeica que el mundo ha abrazado: convertir territorios áridos, estériles y vacíos en suelos altamente productivos. Basta ojear los documentos de la Misión Económica-Comercial de la Embajada de Israel en España. En ellos se destaca que Israel posee una tecnología agroalimentaria pionera y que cuenta con hitos como la invención del riego por goteo, un sistema desarrollado por un ingeniero sionista, fundador de Mekorot, la empresa nacional de agua. En las últimas tres décadas el sector agroalimentario israelí se ha beneficiado de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial, la robótica, las comunicaciones avanzadas, la trazabilidad y la biotecnología. Esta «nación start-up» posee uno de los mayores entramados del sector agroalimentario; sus soluciones tecnológicas y alimentos son exportados a lo largo y ancho del planeta.

¿A qué se debe este milagro? En su informe «Fincas, armas y agrodiplomacia israelí» (2022), la organización GRAIN desentraña los vínculos entre la industria agroalimentaria y militar israelí. El ejército colabora en tareas de ejecución y vigilancia con la agroindustria y las empresas de tecnología militar desarrollan innovaciones, como drones y sensores, que luego son aplicadas a la producción de alimentos. He aquí algunos ejemplos de esta alianza: Netafim, empresa líder mundial en tecnología por goteo, fue creada en la década de 1960 con el fin de facilitar los asentamientos agrícolas ilegales en Cisjordania; desde hace años, el ejército israelí rocía herbicidas sobre los campos de cultivo en Gaza, comprometiendo la salud y la seguridad alimentaria de la población; y, en Cisjordania, el muro de separación impide a miles de familias palestinas acceder a sus tierras y, quienes tienen acceso, se ven abocados a comprar semillas y agroquímicos a industrias israelíes.

Estos proyectos no hubieran sido posibles sin el llamado «apartheid del agua». Israel controla el agua de los territorios palestinos en virtud de los Acuerdos de Oslo II. La empresa Mekorot garantiza las necesidades de la población e industrias israelíes, conecta los asentamientos ilegales a la red nacional y restringe el acceso a la población palestina.

Pero las colonizaciones no se producen solo mediante armas y tecnología; existe también un imperialismo ecológico que convierte la naturaleza no humana en colonizador pasivo. Según un trabajo publicado en 2021 por la revista Settler Colonial Studies, colonos y militares, amparándose en las agencias de protección de la naturaleza israelíes, llevan años facilitado la proliferación de jabalíes salvajes en los poblados palestinos, un fenómeno de consecuencias devastadoras para la agricultura, la libertad de movimiento de la población y su acceso a espacios seguros de convivencia. Otra práctica habitual es el vertido de aguas residuales de asentamientos israelíes en tierras palestinas, contaminando cosechas y aguas subterráneas, convirtiendo jardines y campos en vertederos. Es lo que se ha denominado violencia slow, un tipo de violencia que ocurre de manera gradual y poco visible, en contraposición a la violencia espectacular y directa de los bombardeos.

Estos hechos ponen de manifiesto que el Estado y la sociedad israelíes se han edificado sobre las ruinas del derecho al agua y a la soberanía alimentaria de Palestina. El entramado del modelo colonial israelí se basa en prácticas que buscan destruir y reescribir la historia ambiental, los paisajes, saberes y cosmovisiones palestinas, con sus propias formas de vida, producción y reproducción. Para Israel, la naturaleza del territorio palestino es una mercancía con la que comerciar, un espacio vacío para el ensayo de nuevas tecnologías y una fuente de cultura e historia que conviene exterminar.