Mirador

Navidad

Gustavo Zaragoza

Gustavo Zaragoza

Agnósticos, ateos, descreídos, sea cual sea el punto de partida resulta difícil escapar a la Navidad, nos persigue, nos rodea, nos hace viajar en el tiempo y también en las emociones. Hay profundos detractores del fenómeno porque les parece algo falso, artificial, comercial incluso, pero hasta las posiciones más enfrentadas a estas fechas se ven atrapadas en una envoltura, prácticamente mundial, que nos lleva hasta la infancia, hacia la familia, ritos, celebraciones, deseos de felicidad…, mediante comportamientos bañados en tradición, cultura y también en nostalgia.

Este es buen momento para dar una mirada al entorno, situarnos en lo que ocurre a nuestro alrededor por encima de las luces, guirnaldas y más allá de los fastos. El gran cineasta Berlanga nos hizo una demostración muy peculiar a través de una de sus mejores películas, Placido, en la que realizaba una durísima crónica de estas fechas navideñas durante los años sesenta, nos muestra un tiempo ideal para sanar conciencias sentando a un pobre a la mesa de los más afortunados. Han pasado los años y la situación descrita es bastante irreconocible, esa España en blanco y negro nada tiene que ver con lo que ocurre ahora, ya no se produce esa caza de pobres, no existen las letras de cambio y los motocarros pasaron a la historia hace ya un montón de años. Pero la pobreza no ha desaparecido, tiene otros tintes, la desigualdad continúa instalada en una sociedad desarrollada pero no equilibrada en la que no se reparten equitativamente las condiciones para alcanzar una vida plena,

El informe AROPE nos sitúa en unos porcentajes elevadísimos de pobreza, unos 12,3 millones de personas están en riesgo de exclusión social. A pesar de ser una cifra en tono descendente a lo largo de los últimos años, con la salvedad del periodo COVID, los datos son suficientemente contundentes como para poner atención a lo que pasa en nuestro entorno y la Navidad parece que viene bien para fijarnos un poco más en estas cuestiones.

Son muchas las decisiones que se llevan a cabo envueltas en la celebración, campañas, eventos, actuaciones, que marcan una intención un tanto curiosa, trasladar esa felicidad artificial a todos, incluso a los que se mueven con mayores dificultades y están situados en zonas de exclusión. Algo así como felicidad por decreto y con una fecha de caducidad limitada por el periodo festivo.

Existen iniciativas loables que estudian previamente las zonas más necesitadas. Entidades como Cáritas, Cruz Roja y otras se esfuerzan especialmente en este periodo, pero esto no significa un paréntesis caritativo, sino que son la continuidad de una acción coherente con la esencia de estas entidades, por tanto, tiene sentido que se produzca también en Navidad, dado que no es una respuesta exclusiva durante este periodo, aunque lo haga con unas características adaptadas a la celebración.

Siendo apropiadas actuaciones como las anteriormente indicadas, de ninguna de las maneras podemos pensar que van a ser la solución. La respuesta debe estar escrita en los presupuestos del Estado, con los que se puede combatir la pobreza mediante respuestas institucionales como son políticas de vivienda, de empleo, de rentas, que acompañen a todos los ciudadanos y especialmente a los que peor lo están pasando. Es ahí donde nos debemos de fijar, en la utilización de la hucha colectiva, esa forma de organización que hemos elegido en la cual una parte importante de nuestros esfuerzos la dejamos en manos de los gestores públicos, otorgándoles la categoría redistribuidora de la Administración pública para el sostenimiento de la calidad de vida del conjunto de la población.

La Navidad y su entono de luces chispeantes, es un momento idóneo para identificar la forma en la que las instituciones responden de manera equitativa al conjunto tan diferente que conforma la sociedad. Para lo cual es importante analizar en qué medida el Estado de bienestar genera retornos sociales y crea capital humano integrado, utilizando una herramienta tan importante como son las políticas sociales en su función de inversión social. Bon Any.