Los cordones

Los cordones

Los cordones

Carlos Marzal

Carlos Marzal

Nadie suele reparar en la importancia de los cordones, a la hora de hablar de unos zapatos. La atención se la llevan los aspectos más obvios, los más llamativos, como la calidad del cuero, el diseño de las piezas, el acabado manual, la marca, el origen, todo lo que salta a la vista. Pero el caso es que sin unos buenos cordones los zapatos no son nada. Yo me fijo mucho en los cordones, y les tengo mucho aprecio, les concedo la importancia que merecen. Son las partes que dan sentido al todo

Para empezar, sin cordones, un zapato no es nada, se transforma en un artefacto inservible, algo a medio hacer (que significa no estar hecho de ninguna manera), una máquina absurda. Los cordones unifican el objeto, y cuando se atan, no sólo se atan a sí mismos, sino que atan la cosa al pie, y, por el pie, entran en contacto con el resto del universo. Para pisar como es debido, un zapato ha de estar en su ser, atado y bien atado, para que por su atadura se marche hacia las realidades del mundo.

Todo esto lo digo porque creo que en la literatura también son imprescindibles los cordones; es decir, los elementos de apariencia secundaria, en los que no suelen reparar los lectores apresurados. En el arte en general, los cordones son los detalles y las transiciones, los pequeños hechos verdaderos.

Por lo común, los aprendices y los malos escritores creen que la literatura consiste en el manejo de palabras resplandecientes, de enormidades sentimentales, de conceptos desmesurados; pero la verdad es que la gran literatura y el gran arte están hechos de minucias, de pequeñeces bien traídas, de bagatelas dispuestas a conciencia. Ese curioso espejo cóncavo, al fondo de la sala, en el que se refleja el matrimonio que posa para el pintor. Esa rosa amarilla marchita que se ha quedado olvidada en la mesilla de noche del personaje que acaba de fallecer en la novela. Esa palabra repetida al final del relato -taconeando, corazón, taconeando- que hace sonar una música extraña y doliente que nos sobrecoge. Ese polvo enamorado que cierra el último endecasílabo de un soneto que parece vencer a la muerte con su rotundidad. Las pequeñas flores blancas de almendro contra el azul del cielo, en el lienzo de un pintor atormentado. Los detalles, los detalles. Todo está en los detalles: la resolución del crimen, y el cielo y el infierno, la verdad del amor, y la gloria, y el sabor con que se termina cualquier vida.

Los detalles son los que dan cohesión a los asuntos que no parecen tenerla. El zapato de la alta literatura sólo calza con unos buenos cordones.

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