Visiones y visitas

Vida nueva

Juan Vicente Yago

Juan Vicente Yago

No me vengas con cuentos, ni le vayas con ellos a la pobre de tu conciencia, porque no harás vida nueva que valga; porque dices que vas a cambiar de vida pero lo cierto es que todo se te va en decirlo, que no cambiarás nada o a lo sumo empezarás y lo dejarás. No tienes voluntad ni ganas de tenerla. Entra dentro de lo posible, aunque sea de refilón y siempre que te dé un latigazo el café o la lata de la histeria, que agarres impulso, te apuntes al gimnasio y te vuelvas ufano a casa, pensando que con eso has cumplido. Y dirás: «año nuevo, vida nueva»; y habrás entonado la murga monocorde, la salmodia cargante, la melopea insufrible de todos los eneros.

Lo insólito, lo asombroso es que sigas entonándola después de tantas engañifas; que pienses, en principio al menos, que cambiarás en algo tu vida precisamente ahora, este año, después de tanto fiasco. Más bien parece que has convertido el propósito, el mero enunciado, en un fin; que todo consiste al cabo en decir: «año nuevo, vida nueva», y luego seguir con lo mismo, con lo de antes, con lo de siempre; que aunque apenas te conoces te sabes incapaz incluso de ignorar el móvil en el coche.

No hay vida nueva para ti. Tampoco la quieres. O la quieres por arte de magia, sin esfuerzo ninguno, que vale tanto como no quererla. Pero el año nuevo sí lo quieres: un año más para la inercia; un año nuevo para la vida vieja. Doce meses para la contumacia, la rebeldía y el delirio; para ver mucho la tele, hozar en la red social y cultivar con esmero el frondoso jardín de los vicios. Apareces en el informativo haciendo propósitos, contestando clichés, vomitando lugares comunes; y acto seguido circulas tranquilo, con la vida nueva cumplida en la tradición de mentarla y el año entrante a estrenar para la vieja; con el buche repleto de críticas y calumnias, la vesania superlativa y la corambre dueña y señora. Te has vuelto a revolcar en los viajes, los caprichos, las comilonas y la «magia», que no aportan fuerzas para cambiar nada. Te has arrojado a los brazos etéreos de un fantasma. ¡Y hablas de vida nueva! La única novedad será la vejez: que al cabo del año serás el mismo pero más viejo; masa rebelada caducona y reincidente, pobre aspirante a diablo que corre hacia la barcaza con la moneda en la boca.

Todos los años tienes la opción de abrir los ojos y ver que no es magia sino realidad; que no es ilusión sino verdad; que no cambiabas nada por falta de fuerzas y que no encontrabas fuerzas porque las buscabas donde no estaban. Una opción que se renueva un año, un día, un segundo tras otro. El año próximo, el próximo día, hoy, ahora mismo. No estás obligado a esperar. Mejor que aguarde Aqueronte; que vea cómo cambias de sentido y te alejas de la tenebrosa ribera en que atraca su balsa maldita. No te dejes engañar y dale al primer pobre la calderilla con que ibas a pagar el pasaje al infierno. En tu vida nueva no te hará falta. Llena de significado la fórmula, de contenido la consigna. Vive de vivo y no de difunto. Si quieres. Pero si no, sigue haciendo lo mismo; pasa otro año corriendo, brincando, pasmándote y encalabrinándote, diciendo «año nuevo, vida nueva» sin decir nada; calcando el año nuevo del viejo, superponiéndolos, repitiéndote y amargándote, que no te faltarán ocasiones ni diablazos que te las pongan como al séptimo Fernando.

En cualquier caso, es mejor que no dependa sólo de ti, porque si así fuera estarías apañado. ¡Cómo! ¿te molesta que te lo diga? ¡Mira por dónde! ¿A ti que presumes de tolerancias y comprensiones? ¿A ti el paladín de la libertad, la igualdad y la fraternidad? Tú dices los mayores desatinos y no concibes que nadie pueda toserte. De modo que vete acostumbrando.