ÁGORA

Nada desmoviliza tanto, ni desespera más

PAI Moli d´Animeta en Quarte de Poblet

PAI Moli d´Animeta en Quarte de Poblet

Luis Villacañas de Castro

Luis Villacañas de Castro

Nada desmoviliza tanto, ni desespera más, que ver cómo fenómenos que son evidencias para todos no tienen consecuencias. Así sucede hoy en todos los niveles de la vida política. He aquí un ejemplo, el más sangrante. Nada desmoviliza tanto, ni desespera más, que ver cómo nuestro gobierno no rompe relaciones con el país que ha abrazado el genocidio como medio para alcanzar sus fines, ni deja de comprar sus misiles, con su sello criminal de garantía. Otro ejemplo, esta vez a nivel local.

Nada desmoviliza tanto, ni desespera más, que comprobar cómo, a la vez que se sufre y se habla sobre la emergencia climática, los municipios de l’horta nord se dedican a reactivar PAIs diseñados en medio de la irracionalidad medioambiental y económica de la burbuja inmobiliaria. Se está haciendo en Godella; se está haciendo en Bétera.

Pensábamos que esos PAIs habían sido desterrados, pero no: sólo habían estado dormidos, esperando nuestro propio letargo para despertar. Quince años después, y con una crisis económica de por medio, es evidente que nuestra clase política no ha aprendido nada.

Y los ejemplos se multiplican en todas las esferas. Todo el mundo sabe que las familias españolas han sufrido una descapitalización brutal y feroz en las últimas décadas, que la siguen sufriendo, con salarios paralizados frente a precios que no dejan de escalar. Todo el mundo sabe que los veranos de España se están volviendo literalmente insoportables (pero nadie planta árboles en las ciudades). Todo el mundo sabe que los jóvenes tienen cada vez menos oportunidades y son cada vez menos capaces de ser felices. Todo el mundo sabe que la conjunción de los teléfonos móviles y la completa desregularización de las redes sociales ha vuelto nuestras vidas más enfermizas, menos educativas, menos interesantes.

Todo el mundo sabe que la sociedad española está envejeciendo de manera irreversible, que los jóvenes otean el horizonte y no ven en él los recursos que les permitirían realizar un pequeño esfuerzo más (aunque sea tan pequeño como el cuerpo de un bebé).

Todo el mundo sabe que, excepto el 1% más rico de la población, ninguna familia puede garantizar un futuro digno a sus hijos. Todo el mundo sabe que son los niños de las familias más pobres quienes repiten curso y abandonan las escuelas.

Todo esto son evidencias, pero ninguna tiene consecuencias. Así, al nuevo año le pido que alguien desde la política analice estos problemas como lo que son, y que les dé una solución, no definitiva (pues es imposible), pero sí directa; una solución que sea una verdadera respuesta a estos problemas y no una concesión infinita a los grupos de poder que se beneficiaron de ellos, que los enquistaron y que ahora tratarán, por todos los medios, de seguir beneficiándose de las futuras soluciones que el Gobierno les dé. Si lo consiguen, será sólo a cambio de disolver su eficacia y dejar intactos los problemas. Lo que la ciudadanía necesita es una clase política capaz de clarificar el método de su acción política, limpiarla de la multitud de intereses espurios que la asfixian, que sepa prescindir de toda esa falsa complejidad.

De lo contrario, ¿qué opciones nos quedan? ¿Qué puede hacer la gente para que alguien aporte soluciones, no definitivas ni totales, pero sí directas, al genocidio de Palestina, a la emergencia climática, al encarecimiento de los precios y de las hipotecas? (Otro ejemplo más: ¿qué tienen que hacer los vecinos de Madrid para que su alcalde deje de talar los árboles de sus barrios? ¿Encadenarse a sus troncos?) ¿Qué tenemos que hacer con esta desesperación, con esta desesperanza?

Unos se deprimirán. Otros se entregarán o seguirán insistiendo en la extrema derecha.

El resto se despedirá de la idea de que todavía podíamos seguir hablando sobre los efectos del 15M sin tener que poner, otra vez, nuestros cuerpos a la intemperie; de creer que, al menos durante unos años, todavía nos bastarían los cauces representativos; de que no haría falta salir a la calle, ni tomar las plazas, ni ir a la huelga.