A vuelapluma

Periodismo arrodillado

Periodismo arrodillado

Periodismo arrodillado / Lisa Fotios / Pexels

Alfons Garcia

Alfons Garcia

Soy de rutinas. El paseo nocturno con los perros sigue los mismos pasos cada día. Cambio poco las horas de visita a mis padres. Leo y escribo temprano, antes de que salga el sol. Pongo el lavaplatos antes de irme a la cama. No doy vueltas en busca de aparcamiento en el trabajo: voy directo a una calle alejada pero de espacio seguro. Lo primero que hago ante el monitor de la redacción es revisar la cuenta del correo. No sé si es bueno o es malo. Es. La repetición evita pensar. La mecanización de acciones permite dedicar la cabeza a soñar despierto.

Los sábados, al recoger los periódicos del quiosco de Vicente (así de antiguo soy), la rutina desde hace años es leer la columna de Fernando Savater en el trayecto hasta casa. Las contraportadas facilitan las lecturas caminantes. Últimamente no me gustaba mucho de lo que decía. Cada vez más. No me gustaba el tono, la creciente virulencia verbal con la que se expresaba contra los otros. Pero siempre encontraba cosas interesantes: al menos, situar un pensamiento diferente, ponerle argumentos.

El hábito ya no podrá ser. Lo han despedido. El caso es conocido. Ha tenido notable resonancia. No voy a entrar en razones. El periódico (El País) ha explicado sus motivos, que los hay, las barreras superadas, el desprecio último hacia el trabajo de los que están ahí…

El caso ha provocado reacciones en cadena, a un lado y otro. Félix de Azúa, otro compañero de generación de Savater, ha decidido irse. En un vídeo se explica y habla de la responsabilidad de «grupos extraordinariamente radicales, muy autoritarios», de «feministas radicales» y de un periodismo «arrodillado» ante un Pedro Sánchez que «decapita» cualquier oposición.

No me gusta lo que dicen los Savater y De Azúa de hoy, pero no me gusta tampoco el desprecio caricaturizador hacia ellos. Savater y De Azúa habrán evolucionado cómo les ha dado la gana, pero sin su aportación intelectual sería difícil de entender esta democracia de hoy, que resiste con la mala salud perpetua de todos los sistemas que han valido la pena. Pero, sobre todo, no me gusta el sustrato que lleva tiempo creándose de unos medios de comunicación arrodillados, sumisos y sometidos, sin capacidad de pensamiento independiente, ya sea ante el todopoderoso y maquiavélico Sánchez o ante una derecha entregada a los grandes emporios económicos.

Lo peor de todo es este marco preocupante, que no para de ganar terreno, según el cual solo vale morder al otro. Solo valen las trincheras, bien alejadas las de un frente de las del otro. Y desde ellas salir a trinchar a bayonetazos al de enfrente. Morder y morder.

Alguien dirá que no soy el más indicado para hablar. Seguro. Tómenlo como un desahogo personal. Creo poco y en poco ya. Pero me creo aún, todavía hoy más, la necesidad de puentes. Y esa ha sido una razón fundamental de ser hasta ahora de los medios de comunicación modernos. Y lo sigue siendo aún a pesar de los conocidos problemas económicos y laborales de las empresas de prensa. Solo por estar en contacto con unos y otros, con fuentes de un lado y de otro, políticos de una ideología y de otra, el periodista ejerce ya de vaso comunicante en la sociedad. El periódico de papel (ahora los soportes de hoy, más líquidos) solo es útil si caben en él distintas maneras de pensar, si invita a ver la realidad desde más allá de una óptica.

Los islotes son una derrota. En ellos solo caben náufragos. La tentación de regresar a los decimonónicos periódicos de parte, de partidos, es una derrota. La vida está en los puentes, que arquitectónicamente son un medio de comunicación entre dos extremos.

Una palabra demonizada en los últimos tiempos es equidistancia. Dice bastante de nuestra sociedad. Equidistancia no es ausencia de compromiso (puede serlo, pero no debería ser). Equidistancia es intentar mirar desde una mínima lejanía en busca de imparcialidad y puertas abiertas.

Este país sabe mucho, demasiado, de puertas cerradas y frentes. No debería olvidarse cuando vuelve a haber signos de regresión en esta sociedad: la urgencia de bandos, el odio al extranjero, la aparición de mesías en demasiados rincones… No se debería olvidar que lo mejor de este país en los últimos cien años no han sido los Millán Astray ni los Líster, sino los miles de profesionales comprometidos con la libertad y con un futuro mejor que acabaron en el exilio (exterior o interior) o en cunetas y fosas. No se debería olvidar tanta vida rota entre tanta ansia de morder e impedir soñar.

El trayecto hasta casa esta nueva mañana se ha acabado. En el buzón han dejado un papelito.

«Te has puesto a pensar qué hay después de la muerte». Vaya pregunta. Si estar vivo es eso. Debe de ser una publicidad de algún grupo evangélico nuevo. Cosas de hoy. Estar vivo es eso, vivir con dignidad es aprender a no perder el respeto a la razón ni en los peores momentos. La frase, más o menos así, es de George Steiner. Ya quisiera uno mantenerse en pie cada día entre conceptos como dignidad y razón, y no caer arrodillado.