Reflexiones

Porque los tiempos están cambiando

Fernanda Escribano

Fernanda Escribano

La música expresa, despierta emociones, pasiones y, en algunos momentos, ha levantado conciencias. El día después del asesinato de J.F Kennedy, el veintitrés de noviembre de 1963, Bob Dylan abría un concierto con la canción The times they are a-changin. Una canción protesta, un himno que clamaba a la reacción social frente a los cambios. Acercaos todos / por donde quiera que andéis / y admitid que las aguas que os rodean han crecido / y aceptadlo pronto u os calaréis hasta los huesos / si creéis que vale la pena vuestro tiempo / así que lo mejor será que empecéis a nadar o si no os hundiréis como una piedra / porque los tiempos están cambiando. Que la música ha tenido en muchas ocasiones un papel importante en los cambios sociales, es innegable. Como lo fue en España en el tardofranquismo y durante la transición, cuando ejerció como elemento de transgresión hacia un nuevo espacio. O, ya en democracia, durante la década de los ochenta con la movida y toda aquella contracultura que impulsó la tardía modernización de nuestra sociedad.

En la política los tiempos empezaron a cambiar hace unos años, siendo el 2016 con la campaña electoral de Donald Trump el punto de inflexión hacia el abismo. Momento en el que pudimos comprobar cómo las nuevas técnicas de comunicación y la narrativa populista revolvían los principios sobre los que se ha sostenido históricamente la competencia partidista en las democracias; poniendo de manifiesto la -cada vez mayor y peligrosa- influencia de las emociones en el comportamiento electoral. Momento clave en el que entendimos que el país que un día revolucionó la política con la elección del primer presidente negro, Barack Obama, laminaba a la que podría haber sido la primera mujer presidenta, Hillary Clinton, para encumbrar a un extravagante populista. Y, nos dimos de bruces con el hecho de que la persuasión ya no se ejerce desde el debate razonado, sino desde la demagogia.

Lo explicó Naomi Klein en Decir no, no basta. Cómo es posible que ganara las elecciones un tipo que se plantaba y defendía su cualificación para ser presidente en el hecho de ser rico. «Parte de mi atractivo es que soy muy rico», decía sin ningún rubor. Siguiendo a Klein, sus mensajes de división social, de clase, contra los inmigrantes o el negacionismo ante el cambio climático, penetraron en una idea única: la de «hacer que América vuelva a ser grande». Todo un precedente que advierte la importancia de entender las raíces del populismo para intentar combatirlo. Una necesidad que no admite demora a tenor de que, actualmente, los tiempos están cambiando peligrosamente hacia la ruptura social y un concepto de la política regresivo en el que cunde la mentira. El abrazo de Milei al papa Francisco después de haberle llamado «representante del maligno en la Tierra». El pseudo-populismo de la presidenta madrileña, Díaz Ayuso, en aquella campaña en la que no tuvo escrúpulos en banalizar la preciada idea de libertad y, sin embargo, cuando dice lo que realmente piensa muestra su auténtica cara; como hemos podido comprobar hace unos días cuando en sede parlamentaria dijo que las personas mayores no fueron trasladadas a hospitales durante la pandemia porque «habrían muerto en cualquier sitio». O, todo el relato deslegitimador del PP hacia el gobierno, manifestaciones incluidas y megáfono en mano, para acabar conociendo que ellos intentaron negociar con Junts una posible investidura a Feijóo. Quien, por cierto, todavía no ha desvelado cuántas reuniones tuvieron y qué contrapartidas se pusieron encima de la mesa. Ese es nivel de la política actual. Desde luego que los tiempos están cambiando, pero no para bien. En la responsabilidad compartida de evitar que la política siga cayendo de esta forma, está futuro.