Opinión

Las memorias de Fernando

Jesús Prado

Jesús Prado

Hace ya un par de años mi amigo Fernando Delgado me convocó para encomendarme, junto con su editor amigo, Juan Lagardera, la misión de hacer de «telonero» del que sería su último libro «Ejercicios de memorias» y, cómo cabe suponer, acepté, gozoso, la encomienda de prologar las páginas de aquel libro que yo adjetivé como caleidoscópico. Califiqué de esta guisa el texto de Fernando porque los materiales de su relato eran de una variedad extraordinaria. Y decía yo: « ....al volver cada página te encontrabas con una sugerencia narrativa que no era consecuencia de lo narrado en la página anterior y, así, abrir el libro al albur te eximia de localizar un hipotético antecedente, formal o conceptual, de lo que aparecía ante tus ojos, una figura caleidoscópica singular».

En aquel libro, Fernando nos ilustraba, con un buen catálogo de estampas, de un gran número de secuencias de diversas etapas de su peripecia vital así como de una buena nómina de personajes con los que compartió vivencias. No había un esquema cronológico en su caleidoscópica narración en cuyo trazado no faltaba la materna apelación de su niñez ( « Te he dicho que no vengas al colegio a buscarme «). Y por aquellas páginas desfilaban las docenas de personajes que le acompañaron en una trayectoria personal de largo y denso recorrido coincidente con una plural e intensa singladura profesional cohabitada por la creación literaria, la radio, las televisión y los medios escritos.

Pero más allá de su gigantesca biografía como escritor y periodista, jalonada de éxitos y distinciones, a la hora de recordar su entrañable figura se sobrepone en mi evocación la enorme talla de su figura humana emparejada con su brillo como intelectual. La cordialidad de Fernando para con los suyos no tenía límites, su cariño se «desangraba», generoso, en cada cónclave con los amigos, en cada saludo, en cada abrazo de bienvenida , en cualquier dedicatoria de sus libros.

No fue nuestro Fernando un escritor o un opinador encaramado a ninguna columna, que va. Tenía sus cavilaciones y sus ideas en tierra firme ajustadas a la realidad y sin prudencias inhibitorias. Proclamaba sus convicciones y asumía, a pecho descubierto, los compromisos derivados de aquellas. Cuando nuestro Ximo Puig le llamó para la representación política lo comentamos una tarde de tertulia y me impresionó su actitud. Me dijo,« Mira, a estas alturas de mi vida no necesito dinero ni reconocimiento público, pero voy a aceptar para dar testimonio de mis ideales progresistas». (En la clave irónica de dos viejos camaradas me solía decir « somos dos viejos socialdemócratas de mierda»). Recuerdo que cuando estalló el 15 M me confesó que ya lo había vislumbrado antes y lo había comentado en una charla con jóvenes socialistas. En aquella charla avizoró la cercanía de los tiempos nuevos. El creía que las emociones que estaban por llegar vendrían de la calle, acompañadas del nuevo fenómeno: la red.

Era un privilegio acudir al «palacete» de Faura ( «Lo compramos con los dineros del Planeta»), con la compañía de aquellos espigados canes y disfrutar de la mejor hospitalidad del mundo, la que nos regalaban Fernando y Pedro, el soporte de Fernando en las duras y en las maduras, y un lujo para los amigos. Inolvidables tertulias aquellas de Faura y alguna fiesta inolvidable como la del 70 cumpleaños de Fernando.

Evocar aquellos encuentros, en Faura o en Valencia, ayuda a empañar la honda tristeza de estos días de nubes. Hay que recurrir a la vieja sentencia consoladora que sostiene que nadie muere de verdad hasta que no lo olvidan y este gigante, en lo físico y en lo espiritual, presenta muchas dificultades para el olvido.

Resaltar la cordialidad, la bondad y el «buen rollo» que desparramó Fernando a lo largo de su vida no debe llevar a etiquetarlo como un ejemplo del « buenismo» que reparte caricias aquí y allá porque nuestro personaje sabía sacar el aguijón critico cuando se terciaba. Sus amigos recordamos sus gestos, entrecruzando los dedos de ambas manos, al tiempo que abominaba de los corruptos que asolaron estas tierras y su voz tronaba. Ese, también, era nuestro Fernando. Descanse en paz.