Opinión

¿Cómo gestionar los recursos hídricos en tiempos de cambio climático?

La falta de lluvias en la España mediterránea en un contexto de incertidumbre climática nos obliga a abordar la totalidad del ciclo del agua para optimizarlo. De no hacerlo, las soluciones de emergencia resultarán extremadamente onerosas y tendrán también un impacto que a la larga solo agravará el problema.

En primer lugar, debemos prestar más atención a lo que ocurre en las cuencas, aspecto que hasta ahora ha merecido muy poca atención. Pero en los últimos 60 años los paisajes han cambiado profundamente y la cobertura forestal ha crecido mucho observándose p. e. en el Ebro una reducción súbita en la década de 1980 del 50% de los caudales sin cambios significativos en la precipitación y menores en la extracción. Más bosques y menos terrenos agrícolas y de pastos supone mucha más intercepción – se entiende como el agua atrapada por las hojas, ramas y tronco de los árboles y arbustos y que no llega al suelo-, especialmente si no se gestionan y se densifican en exceso. Esta pérdida por intercepción depende de la abundancia de elementos finos que precisamente son también los que más arden.

Se preguntarán porque antes de 1960 esto no ocurría y existen 2 causas principales: la primera se debe a que había muchos menos bosques porque la agricultura era mucho menos productiva por unidad de superficie y, la segunda, por el uso prácticamente exclusivo de la leña como combustible universal, aspecto que cambió radicalmente con la llegada del butano.

Por otro lado, este emboscamiento ha reducido muchísimo los sedimentos que transportan los ríos y que han permitido alargar la vida útil de los embalses. Si antaño la prioridad era recuperar la cubierta vegetal para evitar su aterramiento ahora es disponer de agua reduciendo las densidades a niveles razonables para tanto disponer de más agua como prevenir incendios que nos podrían devolver al punto de partida. La madera y biomasa que se obtiene con esos tratamientos resulta estratégica en la transición energética y la lucha contra la despoblación.

Mientras que en las laderas la cobertura boscosa es clave para prevenir la erosión, en las zonas llanas interesa mantener la agricultura, especialmente arbórea, para asegurar la máxima infiltración del agua de lluvia a la vez que actúan de cortafuegos mucho más integrados en el paisaje.

Al haber aumentado la torrencialidad de las precipitaciones necesitamos recuperar la restauración hidrológico-forestal generalmente con actuaciones de repoblación en menor proporción que en el pasado por no ser ya tan necesarias, pero sí muchos pequeños diques que frenen y retengan las grandes avenidas permitiendo que una parte de esa agua percole al freático en vez de causar daños por inundaciones. Las actuaciones de antaño se circunscribieron a los montes públicos y que en parte el transcurso del tiempo ha ido degradando por lo que urge su revisión, así como, aprovechando las técnicas de información geográfica antes inexistentes, complementarlas con nuevas actuaciones además de extenderlas a los 2/3 de montes privados donde anteriormente no se actuó permitiendo ahora esas actuaciones la figura de las Zonas de Actuación Urgente previstas en la Ley forestal valenciana.

Cabe recordar que, a diferencia de zonas con numerosos cauces permanentes, la naturaleza esporádica de los nuestros en un porcentaje muy alto requiere de una alta densidad de azudes y diques para precisamente retener el agua cuando más arriba mejor laminando las avenidas. Estos diques podrían servir para suministrar agua de riego a los agricultores de la zona y mejorar la rentabilidad de los cultivos. Estas propuestas contravienen a los planes previstos en la Estrategia Europea de Biodiversidad 2030 donde se prevé renaturalizar 25.000 km de ríos lo que aplicado a nuestro país supone un inmenso riesgo de inundaciones en las zonas bajas y de dificultades de suministro hídrico en épocas de sequía obviando que no toda la UE está situada en climas húmedos y la mayoría de sus cauces solo llevan agua esporádicamente.

La gran demanda de huertos solares y el riesgo de escorrentía muy intensa y localizada causada por estos y la demanda creciente de invernaderos abren una oportunidad de win-win (ganancias recíprocas) si se apuesta por ubicar los invernaderos debajo de placas solares a la vez que se aprovecha el agua recogida y una parte de la electricidad para el propio invernadero.

Por otro lado, en el ámbito urbano las grandes precipitaciones ocasionan muchos daños siendo las soluciones que se ofrecen de grandes depósitos subterráneos carísimas para su limitado efecto. Resulta clave, en primer lugar, separar, al menos en zonas de nueva construcción y donde se renueven las instalaciones subterráneas, las aguas negras de las pluviales. Si no, en días de grandes lluvias las depuradoras tienen que soltar las aguas sin depurar a los ríos o al mar perdiendo buena parte de su eficiencia durante el resto del año.

Las zonas verdes deben preferentemente a una cota ligeramente inferior donde dirigir el excedente de aguas pluviales lo que además permitirá reducir su riego. En los bordes urbanos se pueden utilizar zonas arboladas o de agricultura a menor cota como aliviaderos de grandes precipitaciones recordando en todo caso que los daños causados a los cultivos deben cubrirse directamente o mediante seguros.

Gestionar el agua en tiempos de cambio climático requieren superar inercias administrativas de antaño reconociendo el rol clave de los gestores del territorio agrícola y forestal en la calidad y cantidad de agua disponible. Si los bosques, especialmente en estructuras adecuadas, son decisivos para optimizar el ciclo del agua a largo plazo, la sociedad deberá cuestionarse si es correcto que siga aprovechándose de esta aportación sin reconocerla y gratuitamente obviando la necesidad de establecer flujos compensatorios río arriba para mantener el recurso que asegura el agua y de calidad: los bosques. De hecho, la Directiva europea de Aguas obliga a la plena recuperación de costes (infraestructuras, depuradoras, …) pero olvida los servicios regulatorios que ofrecen los bosques de una forma hoy difícilmente obviamente sesgada. De hecho, se trata de un síntoma más del sesgo de las políticas ambientales que ponen el foco en los efectos ambientales negativos y su reducción, pero nunca en los positivos y su incentivación, generalmente aportados por las actividades primarias, en este caso por la gestión forestal.

Un enfoque integral que la celebración en 2 días sucesivos del Día Internacional de los Bosques y el Agua el 21 y 22 de marzo invita a considerar. El “que Dios se lo pague imperante ya muchas décadas no es de recibo en pleno Siglo XXI. Las próximas elecciones europeas ofrecen la ocasión para enmendar esta injusticia que junto a muchas otras es causa de la despoblación de nuestras zonas de montaña.