Opinión | Crónicas de la incultura

El rapto de Europa

Hay varias interpretaciones del rapto de Europa, una escena mitológica aludida por Ovidio en las Metamorfosis y retratada magistralmente por Tiziano. Pero lo fundamental permanece en estas y en otras versiones: Zeus se enamora de Europa, una bella princesa fenicia, y, disfrazado de toro, la rapta llevándosela a Creta donde acaba por violarla. Todo esto sucede en primavera, la estación de Tauro, el segundo signo del Zodiaco, quien tutela este periodo. ¿Y qué tiene que ver esto con el continente europeo? Pues que ʔurūbā, raíz semítica que suena más o menos como europa, significa «tierras occidentales», que es lo que nuestro continente representa visto desde una playa de Palestina. Ya ven. Acabamos de celebrar el 8 de marzo, precisamente para protestar del trato vejatorio al que se somete a las mujeres, y lo hemos hecho en el continente que toma nombre de la víctima de una violación. Es de agradecer la sensibilidad de la Asamblea Nacional francesa donde se acaba de aprobar unánimemente el derecho al aborto. Por unanimidad, repito. Desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, que se abrazan en un círculo cuando se ventila lo fundamental.

Desgraciadamente, algo así resulta impensable en España. Aquí los extremos nunca se tocarían, por lo que las alusiones a Europa resultan completamente gratuitas. Están jubilando a la generación de la transición para la que la palabra Europa era sagrada. Ya no: ahora Europa ha sido raptada otra vez y lo único que se avizora en el horizonte es la violación. No me malinterpreten. La famosa ley de amnistía no me entusiasma, pero comprendo que este país necesita desatascar de una vez la cuestión territorial, aunque para ello tengamos que hacer, unos y otros, el esfuerzo de mirar para otro lado y olvidar. Sin embargo, me parece que la idea de remitir a la legislación europea los problemas que puedan surgir –por el tortuoso camino emprendido– es de bombero torero. ¿Se imaginan un país europeo en el que un grupo político hubiese intentado romper la convivencia multisecular por la fuerza y ahora pidiese que lo amnistiaran … para seguir haciendo lo mismo? Somos una anomalía conceptual en la UE y no es sorprendente que nadie nos entienda.

Europa se ha ido haciendo en repetidos intentos de conciliación, que no de violación de los derechos del otro. La lista es larga: comienza con Carlomagno, se continúa con Carlos I de España y sus descendientes, da un paso decisivo con la revolución francesa, llega hasta el imperio austro-húngaro, y finalmente alumbra la UE. Pero unificar no es sinónimo de hermanar. A veces no se trataba simplemente de acercar a los pueblos: en medio también hubo otros proyectos unitaristas, pero desgraciadamente afectos a la violación de los derechos ajenos, como el imperio napoleónico y el III Reich de los nazis. Hoy vivimos una verdadera epidemia de antieuropeísmo, que no es privativa de España. Uno constata, con estupor y con pena, cómo la unanimidad en defensa de Ucrania empieza a quebrarse o cómo proliferan los gobiernos populistas, egoístas e insolidarios, en Hungría, en Italia, en Polonia, en tantos y tantos países de la UE que poco antes habían señalado con el dedo a Gran Bretaña por su cobarde abandono de la causa común. Todo ello sin hablar del vergonzoso abandono de los refugiados, canallada en la que todos los gobiernos europeos van de la mano, tanto si los inmigrantes intentan saltar la valla de Melilla como si enfocan Lampedusa con sus pateras o languidecen en el gigantesco contenedor de la isla de Samos. En esto nos parecemos al próximo –sospecho– presidente de los EE. UU. En lo demás, no: donde Trump proclama Make America Great Again, nosotros, los herederos de Kant (Zum ewigen Frieden, 1795), quien había afirmado que los principios del federalismo resultan aplicables tanto a la organización del estado como a la de la sociedad internacional, solo sabemos repetir machaconamente el sonsonete yo yo, yo, y solo yo. Hace falta ser idiotas.