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París y la Tregua Olímpica

Tres meses antes de que comenzaran los Juegos Olímpicos de la Antigüedad, los espondóforos o mensajeros recorrían los caminos de las tierras griegas para avisar a las polis, con frecuencia enfrentadas en guerras entre sí, de que se iniciaba el tiempo de paz olímpica. Las guerras y las disputas debían cesar, para que pudieran celebrarse los Juegos en los que todas las polis griegas participarían.

Los atletas que habían de competir en Olimpia eran, con frecuencia, los mismos guerreros que habían estado combatiendo contra sus polis vecinas, por lo que esta tregua era indispensable para que los deportistas pudieran desplazarse, en la seguridad de que sus ciudades no serían atacadas, pero también de que ellos no atacarían en esas fechas sagradas a otras polis. Lo mismo sucedía en el santuario de Olimpia, donde la única manera de que los guerreros de las polis en disputa pudieran competir limpiamente era, precisamente gracias a esta tregua.

Hasta Esparta, la más belicosa y combativa de las polis griegas, acataba esta tregua. Su belicosidad y agresividad era temida por el resto de las ciudades de la Helade, pero ahora era el momento de demostrar esas habilidades en el estadio, superando al resto de contrincantes en el terreno deportivo y no en el de las armas.

Pierre de Coubertain, el ideólogo de los Juegos Olímpicos contemporáneos, vivió en su infancia el trauma de las guerras franco-prusianas, precedente de lo que luego serían la Primera y Segunda Guerra Mundial. Concibió los Juegos como un espacio de paz y armonía, que sirviera para unir a los diversos pueblos de la tierra. Sin embargo, la celebración de los Juegos estuvo salpicada de guerras, la Primera y la Segunda, así como el fuerte impacto de la Guerra Fría.

Precisamente el simbolismo de la tan famosa bandera olímpica es poco conocido. Se instauró justamente tras la Primera Guerra Mundial, en los Juegos de Amberes de 1920. La Gran Guerra había sido un terrible trauma para el mundo, pero principalmente para Europa. Las nuevas armas químicas, la guerra de trincheras y los carros de combate habían diezmado a la juventud europea. El mensaje era claro. Cinco aros, de cinco colores distintos, entrelazados y con el fondo blanco. Su simbolismo es todo un mensaje, ya centenario. Todas las razas y pueblos de la tierra, cada anillo simboliza un continente y una raza, unidos entre sí por el deporte, con el fondo blanco de la bandera de la paz.

A finales del siglo pasado, las Naciones Unidas incluyeron la Tregua Olímpica como uno de los objetivos para el futuro de las naciones. Por primera vez se implementó con éxito, tras la caída del Muro de Berlín, en los recordados Juegos Olímpicos de Barcelona.

Ya son escasos los meses que quedan para que se inicien los Juegos Olímpicos de París. Desgraciadamente, la humanidad sigue enfrascada en guerras estériles, que no hacen más que perjudicar a los pueblos que la sufren. Recordamos especialmente la guerra en Ucrania y en Gaza, por no citar Sudán o Yemen. El Comité Olímpico Internacional solo permitirá la participación de un muy escaso número de atletas rusos y bielorrusos, solo 11, a título individual y representados por la bandera del COI.

Estamos ante una oportunidad extraordinaria para honrar el espíritu olímpico que propició Coubertain, que cese el terror de las guerras para que la paz y la concordia, el espíritu de superación y el desafío por ser el mejor, Citius, Altius, Fortius, llegue, con el encendido del pebetero olímpico y el izado de la bandera olímpica en el Stade de France, el próximo 26 de julio, a todos los rincones de la tierra.