Opinión | tribuna

Moolaadé en Gambia

La noticia está en Gambia. El pasado 18 de marzo la cámara de representantes de este país votó a favor de un proyecto de ley para derogar la prohibición de la Mutilación Genital Femenina. Una práctica que atenta contra la salud de las mujeres y que, desde el 12 de agosto de 2016, quedó prohibida por el Parlamento de la Unión Africana que acordó un plan de acción dirigido a erradicar la ablación que sufren millones de niñas en África y Oriente Medio. Huelga decir que, de aprobarse este proyecto de ley, las mujeres no podrán escapar a este tipo de violencia machista. De hecho, por parte de la ley, ya no podrán recibir asilo o protección que es lo que significa la palabra «moolaadé» y que en 2004 sirvió de título a una coproducción franco-africana que dirigió el senegalés Ousmane Sembène.

La película cuenta la historia de cuatro niñas que buscan protección para que no las mutilen ni «corten». Por primera vez se presentaba la castración genital de las niñas como un ritual brutal que se ejerce sobre ellas por el solo hecho de nacer mujer. De ahí el carácter de denuncia social que atraviesa todo el film y que invita a la reflexión sobre la tolerancia que subyace en ese multiculturalismo que elogia la diferencia cultural sin plantearse que ciertas costumbres son atavismos que atentan contra los derechos humanos de las mujeres. Por su parte el director senegalés, desde dentro de su propia cultura, ofrece una mirada crítica a esa práctica ancestral violenta que cercena a las mujeres con tijera, cuchillo o navaja.

Ocurre a menudo que siempre que se conocen los testimonios de las supervivientes quede un halo de estremecimiento y dolor difícil de superar. Aún así, a pesar de la lucha constante que llevan a cabo las asociaciones feministas y las asociaciones africanas en defensa de los derechos de la mujer y de la infancia, esta práctica sigue ejecutándose no sólo en África sino en otros países De ahí la valentía que trasmite Aminata Soucko que tan buena labor hace acompañando a las mujeres que han sufrido la MGF para que puedan recobrar la salud sexual y vivir sin discriminación ni violencia. En esa línea hay que recordar de nuevo que no es moralmente aceptable ninguna costumbre que atente contra la libertad, la igualdad y la integridad de las mujeres.

No basta con decir que cada grupo social tiene sus propias características que son enriquecedoras por ofrecer una visión del ser humano como animal cultural. Desde este supuesto habría que tolerar todas las tradiciones sin más consideraciones. Sin embargo es ese elogio de la diferencia cultural sin límites, el que se convierte en una trampa para legitimar el control patriarcal sobre el cuerpo y la vida de las mujeres. Así pues, por mucho que quieran darle vueltas, no cabe encogerse de hombros ni mostrar indiferencia ante este retroceso y revés que puede dejar pronto sin «moolaadé», sin asilo y sin protección a un número ingente de niñas y adolescentes en Gambia.