Opinión | Reflexiones

El suicidio de la democracia

En plenas vacaciones de Pascua los medios se hicieron eco de dos noticias que parecen diferentes, pero analizadas, estudiadas y vistas con atención tienen más relación en torno al mundo de la juventud. La primera apunta a la lacra del suicidio adolescente y juvenil.

Según la Fundación ANAR de ayuda a niños y adolescentes, en su Estudio sobre Conducta Suicida y Salud Mental en la Infancia y la Adolescencia en España (2012-2022), informaba que en 2021 atendió a 748 menores con intento de suicidio.

En dicho período de diez años la conducta suicida ha experimentado un crecimiento del 1921%, tomen nota, y un incremento del 128% entre 2020 y 2022. Y todo ello en aumento sin guisos de paralizarse.

Sin embargo, lo más grave del asunto está que en España se requiere de 1850 psiquiatras más para atender las demandas de la salud mental de la ciudadanía; necesitamos que se incorporen entre 370 y 565 psiquiatras al año paulatinamente. Se han producido pequeños avances como incluir la especialidad de Psiquiatría Infantil y de la Adolescencia o teléfonos públicos para atender a personas con ideaciones suicidas, pero todavía no existe una Estrategia Nacional contra el suicidio.

La segunda apunta a otra lacra que estamos conociendo muy poco a poco, a cuenta gotas, y que está comenzando a despertarnos de nuestro letargo político: la incertidumbre, el paro, la desafección política, alejan cada vez más a las nuevas generaciones del ideal democrático.

Según los últimos estudios cada vez son más los adolescentes que están dispuestos a renunciar a su libertad si eso les garantiza el progreso económico. La última encuesta del CIS revela que los menores de 35 años son los españoles que menos creen que la democracia sea mejor que cualquier otra forma de gobierno.

Un 12% de los jóvenes afirma que en algunas circunstancias un gobierno autoritario sería preferible a uno democrático. Al 15% de los jóvenes entre 18 y 24 años le da completamente igual una forma de gobierno que otra.

La Open Society Foundation, dirigida por el magnate George Soros, ha hecho público un estudio con 36.000 entrevistas en 30 países y los resultados son igual de preocupantes: el 42% de los menores de 36 años estaba convencido de que una dictadura militar sería una buena forma de gobierno y un 35% de jóvenes sostenía sin tapujo alguno que aceptaría tener un líder fuerte, aunque no se molestase jamás en convocar elecciones.

¿Qué relación, pues, hallamos en estas dos noticias? El hilo conductor de ambas la encontramos en la dejadez, el abandono y la orfandad institucional y política respecto a todo aquello que se relaciona con la juventud.

Ésta ha desaparecido de los debates y de los medios de comunicación. Todo lo que envuelve a la juventud tiene que estar orientado desde políticas de Estado, donde su abordaje y aplicación tiene que ser una prioridad. Los hemos abandonado a su suerte.

En un mundo único, en el que cada día borra lo que pasó ayer, donde se devoran sin tapujos normas y principios, la juventud es una de nuestras pocas esperanzas. Se habla de aumentar la inteligencia artificial, de implementarla cada vez más en la vida de la sociedad civil con partidas de miles de millones de euros, a la vez que tenemos a miles de personas jóvenes y adultas sin atender, abandonadas de las manos de Dios por sus dolencias y enfermedades.

Para que la juventud estime la democracia tiene que conocerla, sentir que el sistema los acoge, no que los justifique y lleve en bandeja, sino que aparezca en el horizonte de la democracia como unos de sus puntales y fundamentos. Hemos creado un sistema educativo donde no se enseña nada. No ven más allá de lo que les alcanza la vista.

¿Cómo se van a dar cuenta de las realidades que atentan contra la democracia si no conocen la historia? Los saltos al vacío de una parte de la juventud para acabar con la vida personal, debilita la sociedad que tanto nos ha costado construir y que cada vez se asoma más a una caída libre y sin retorno.

¿Suicidio de la democracia? Sirva como advertencia.