Opinión

¿Educamos para la paz y la sostenibilidad?

Paz y sostenibilidad, dos palabras clave para la Educación Social ya que son parte relevante en nuestro caminar desde que iniciamos la carrera universitaria.

En un contexto sociopolítico como el actual, en el que nos encontramos inmersas en diferentes conflictos bélicos a lo largo y ancho del planeta y con verdaderas tensiones tácticas y, por qué no decirlo, con diferentes machos alfa, fruto del sistema heteropatriarcal, pavoneándose y chuleando al resto para ver quién la tiene más grande (la ojiva nuclear, claro) me planteo una y mil veces, qué es lo que hacemos mal, dónde fallamos como sociedad para seguir manteniendo estos estereotipos destructivos, nocivos, insensibles, que nada tienen que ver con ese pensamiento idílico del «mundo mejor» que una gran parte de las personas desearíamos.

La cruda realidad es que, como diría María Montessori, «seguimos educando para la competencia y este es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz».

Y si a esto le sumamos la otra realidad planetaria, que es la del cambio climático y el colapso medioambiental, con los mares envueltos en papel film, con sequias e inundaciones bíblicas y con los recursos a punto de finiquitar, nos damos cuenta que necesitamos un cambio de paradigma absoluto, en el que se priorice a las personas (a todas las personas, no solo a las del primer mundo) y al medio ambiente.

Complicado, muy complicado, cierto.

Nuestra profesión se define como una disciplina que busca la promoción del desarrollo humano y social, a través de la formación y la participación ciudadana. Por eso la llave del cambio la tenemos todas nosotras, quienes estamos, quienes acompañamos en los procesos vitales, quienes educamos en uno u otro contexto, en una u otra edad, en diferentes realidades…

Claro que no podemos cambiar a los personajes que mueven los hilos de la geopolítica mundial de un plumazo (ya nos gustaría), pero podemos sembrar muchas semillas a nuestro alrededor. Semillas de esperanza, porque aquello de la equidad, de la que tanto hablamos siempre, es posible si generamos conciencia crítica, si sensibilizamos, si exigimos a los políticos de turno que se apliquen las políticas sociales necesarias, si elaboramos discursos en los que el Medio Ambiente esté presente y buscamos las alternativas para alejarnos de la espiral de competencia y consumismo en la que nos encontramos… resumiendo, si educamos para la paz y para la sostenibilidad.

Es precisa una desaceleración del sistema, evitando esquilmar los recursos limitados que se disponen y haciendo un mejor reparto de ellos. Y también hemos de generar discursos de rechazo a las guerras (sé que esto es la mayor utopía, pues la historia de la humanidad siempre ha estado sembrada de odio y batallas fratricidas). Pero debemos formar parte de los agentes de cambio que trabajen para que cada día sea el Día Internacional de la Tierra (22 de abril), por nosotras y por quienes vendrán.