La contundente derrota del Valencia ante el Barça el pasado sábado ha supuesto un agravamiento en la crisis social, deportiva e incluso económica en la que el club se halla inmerso en la presente temporada. La racha de malos resultados ha llevado un sentimiento de frustración a miles de accionistas y muchos miles más de aficionados que tienen puestas, año tras año, sus esperanzas en los éxitos del club. Las raíces de esta situación ahondan atrás en el tiempo y son muy diversas. Sin embargo, el análisis del momento actual es más sencillo que todo eso: el equipo no funciona y la eliminación de las competiciones europeas a las primeras de cambio ha volado por los aires todas las previsiones hechas al inicio de la campaña.

Con todas las repercusiones deportivas y sociales como primer elemento de debate, las económicas no son menos importantes ni trascendentales para el futuro de la sociedad: el hecho de que el Valencia vaya a dejar de ingresar, de momento, 29 millones de euros, introduce un elemento más de incertidumbre, sobre todo cuando la deuda en el pasado ejercicio se incrementó un 27% hasta los 370,9 millones. Un panorama complejo con la construcción de un nuevo estadio por delante y con un futuro complicado para el desarrollo urbanístico de Porxinos y de la parcela de Mestalla debido a la actual coyuntura del mercado inmobiliario.

El mal momento del club, no debe, por el contrario nublar la expectativas que se abren en su futuro ni distorsionar el ambicioso rumbo marcado por su principal accionista. Asumir los errores y afrontar la situación con una renovación necesaria de la plantilla es un buen principio para que el Valencia inicie un nuevo ciclo con mejores resultados deportivos.