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Fotografía

Greta Alfaro: Naturaleza y artificio

Fotografías y vídeos en torno al bodegón barroco crean un mundo falsamente real, banalmente ilusorio

Greta Alfaro: Naturaleza y artificio

Sirva el conocido título del ensayo de Gillo Dorfles para introducir esta muestra de Greta Alfaro (Pamplona, 1977) cuyo título, El cataclismo nos alcanzará impávidos, alude a una actitud que se recomendaba para asumir la muerte por martirio, pero que ella traslada a una oposición radical de opulencia y exuberancia del disfrute de la vida. Fotografías, grabaciones de vídeo en una serie de teléfonos móviles y una vídeo-proyección de 30' -auténtico plato fuerte- se ordenan de abajo a arriba en las diferentes salas que une una hermosa escalera a buen seguro repleta de historias. El bodegón, naturaleza muerta o aún viva, como elemento visual y el Barroco, artificioso, recargado, conservador, moralizante y represor funciona, nunca mejor dicho, como telón de fondo de una propuesta exquisita y demoledora.

Hace años que el trabajo creativo de G. Alfaro está ligado tanto al género del bodegón o la comida (el merengue, el chocolate), como a ese período que muchos autores consideran que renació en la Posmodernidad como neobarroco. También constante, es el recurrir a la grabación en vídeo, al registro más que documental, explícitamente visual, de una plasticidad genuinamente pictórica. Pintura con todas sus letras, extensión y profundidad, sin lienzos ni pinceles, pero cargada de luz y de energía.

Un letrero en la puerta de entrada advierte que el espectador se va a enfrentar a escenas sexualmente explícitas. Sin ser lo que muchos pueden pensar, el actor porno Tim Kruger ejecuta disciplinadamente el guión elaborado por la autora en una serie de escenas perfectamente escalonadas en el tiempo y en los sucesivos planos coprotagonizados por diferentes elementos del festín/festival organizado al efecto (pan, uvas, liebre, pescado, cerdo, tarta, pavo). La ausencia de sonido y el visionado a cámara lenta, enfatizan los movimientos rítmicos que se suceden ante nuestra mirada atónita, que a alguien puede dejar petrificado de entrada, pero después, a nadie dejará impasible ni indiferente. El juego ilusorio, ficcional, propio del Barroco, así como el juego de oposiciones (recomiendo leer de Quevedo y Lope, sendos archiconocidos sonetos sobre el amor) G. Alfaro lo lleva a un extremo tan sorprendente como consecuente. La puesta en escena es impecable, el espléndido bodegón de raíz holandesa en el que se concitan -cocido y crudo- todos los reinos de la naturaleza; mineral, vegetal y animal, se coronan con la participación estelar de su colofón más artificial -el hombre- exhibido en su naturaleza más desnuda y biológica.

Tras contemplar el vídeo y seguir viendo la exposición, vamos cayendo en la cuenta del estudiado manejo de los puntos de vista (otro paradigma del Barroco). Al primer choque realidad-imagen, le sigue el desmontaje de lo que no deja de ser puro teatro que se confronta con el uso contemporáneo de los móviles como herramienta para todo, una nueva ventana portátil a través de la que vemos y proyectamos un mundo falsamente real, banalmente ilusorio. Al final del recorrido, hasta las preciosas fotografías las vemos teñidas por el color de lo visto al principio, por la carga psicológica de nuestra percepción nada inocente, totalmente alejada de cualquier visión fisiológica supuestamente natural.

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