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Aprender a leer

Si la lectura de los textos literarios es una necesidad social y personal, ¿por qué ha quedado reducida a su mínima expresión? A esas y otras cuestiones didácticas, tan necesarias en la actualidad docente, responde el experto en la materia y profesor Josep Ballester

Aprender a leer

No sabemos exactamente por qué extraña ley se han asociado rigor académico o profundidad teórica con oscuridad terminológica y complejidad conceptual. Debería ser todo lo contrario, ya que el mejor de los estudios es nítido en sus conclusiones y argumentaciones: el rigor, así como la calidad investigadora, no se traduce en número de citas, ni tampoco en acumulación de referencias bibliográficas ni en sus inútiles listados. A estas alturas, dentro de un sistema de acción y de pensamiento ya en pleno cambio, nadie puede dudar de que esta erudición desmesurada está en desuso y fuera de los parámetros que marca la actualidad. Josep Ballester, catedrático de la Universitat de València, no solo ha sabido entender que sencillez y claridad nunca han estado reñidas con calidad, sino también que los tiempos actuales requieren una revisión profunda sobre qué exigencias y necesidades plantea la actual educación en las aulas. Y todo ello lo hace de un modo práctico y teórico, al mismo tiempo, en su libro La formación lectora y literaria, donde la experiencia docente (que en su caso ya es larga, dilatada e internacionalmente reconocida) no quiere seguir anclada en la atalaya de la comodidad que dan los cortijos de la investigación, sino que pretende arremangarse la camisa y ponerse manos a la obra con una metodología impregnada de profunda reflexión y que quiere mirar la realidad del aula cara a cara, sin utopías enmascaradoras ni simplezas teóricas reducidas a ejercicios sin más.

Y es esta valentía lo que hace del libro no solo un espléndido estudio en torno a lo que podríamos denominar, en este siglo XXI, la competencia literaria y su desarrollo docente, sino también una ventana por la que todo lector puede asomarse sobre un problema que ronda los planes de estudios actuales y que, quizá, le afecte de un modo o de otro: ¿cómo es la lectura en las aulas y cómo se articula? La pregunta, de extrema complejidad, se resuelve bien a lo largo de sus páginas, pero nos conduce a otras dos reflexiones subyacentes: por un lado, ¿hasta qué punto se orienta la formación lectora hacia una practicidad que no se quede en el topicazo del «leer es bueno para ti»? Y por otro lado, si la lectura de los textos literarios es una necesidad social y personal al mismo tiempo ¿por qué ha quedado reducido a su mínima expresión, como algo puramente circunstancial? Ciertamente, el desinterés hacia la literatura no tiene nada que ver con ese auge de las ciencias como campo de estudio de moda: contrario a todo esto, nada puede ser más necesario, sea la disciplina que sea, que saber leer y escribir correctamente y por ello son dos de las cuatro habilidades lingüísticas fundamentales del ser humano. Y quizá el modelo literario sea el más productivo y efectivo para llevar a efecto tal objetivo en la formación académica. Pero el desinterés -decíamos- viene dado por no definir exactamente las necesidades que nuestra formación lectora puede cubrir para hacernos competentes comunicadores, conversadores o escritores (quizá incluso podríamos decir escribientes). Y en esta revisión solo encontramos víctimas del proceso.

El libro de Ballester, que retoma y amplía otros estudios suyos que ya son imprescindibles en la didáctica de la Lengua y la Literatura, no pretende falsos esnobismos metodológicos: parte siempre de una definición del momento y del objeto de estudio, pero con la conseguida intención de clarificar la ruta terminológica, sobre todo en aquello que atañe a la competencia literaria y a la lectura. De este modo, tiende un puente al lector no solo para acercarse a los contenidos suyos, sino también al cotejo y recuento de sus conocimientos previos, llevando así a su máximo exponente, ese modelo pedagógico de enseñanza-aprendizaje. Por eso sus páginas se abren de par en par a otro tipo de lector que no sea el universitario, ya que el libro destila igualmente una esencia reflexiva que se aferra a la observación de la sociedad desde la tarima del docente. A diferencia, pues, de otros muchos estudios semejantes, este volumen tiene propuestas concretas para un modelo educativo determinado, que cabría tener muy en cuenta en el presente, ya no solo por lo que aporta (que es mucho) sino también por lo que previene que, quizá, sea más.

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