Una de las características seculares del arte contemporáneo, de un modo especialmente visible y acelerado desde las vanguardias históricas del siglo XX, ha sido la búsqueda de nuevos territorios expresivos así como los afanes transformadores de una sociedad anclada en la tradición, en el inmovilismo, en la opresión paralizante. Muy atrás quedaron los movimientos artísticos que nacieron y murieron con los nuevos movimientos revolucionarios. De un modo muy distinto y salvando todo tipo de distancias, estos vientos convulsos que nos ha tocado vivir ha insuflado nuevos bríos a un arte crítico, político, que ha hecho de la denuncia -basada muchas veces en exhaustivos estudios, análisis e investigaciones documentales-, un arma arrojad iza que viene a completar una obra que ya no puede ser visual, objetual y formalista sin verse etiquetada con el peor de los calificativos hoy aplicable al arte: decorativo.
Desde esta perspectiva cabe aproximarse a los nuevos trabajos de Xavier Ribas (Barcelona, 1960), un sólido conjunto que gira en torno a las confluencias entre los textos, escritos y visuales, que demasiadas veces se ofrecen aislados cuando no inconexos. Los textos escritos que pueblan la sala recogen una serie de hechos, varios de ellos con inusuales sentencias judiciales sobre determinados actos vandálicos y terroristas. Con las dictaduras chilena y española como telón de fondo y las reacciones violentas que genera estos sistemas represivos que una vez instalados parece no tener fin. El arte, obras de arte concretas, no ha dejado de permanecer ligado por activa o por pasiva, a favor o en contra del poder, y buena cuenta de ello nos deja H. Rivas, con ejemplos harto elocuentes que sin embargo no presentan ninguna de las características monumentales habituales en este tipo de regímenes. Por el contrario, su denuncia se establece de un modo tan neutral en la forma como comprometido en el fondo.
Con la precisión perseverante y el olfato del investigador privado, H. Rivas entreteje unos hilos aparentemente lejanos que terminan por entrecruzarse con singular eficacia. Geografias tan distantes como Chile, Inglaterra y España (Salvador Allende, Margaret Tatcher, Pinochet y Carrero Blanco) se visualizan asombrosamente próximos gracias al común denominador de las artes plásticas (Museo Nacional de la Resistencia Salvador Allende, la «justa ira» de un ciudadano de a pie, o un coleccionista empresario, en este caso navarro). Eso sí, la visita requiere un tiempo sosegado de lectura atenta que a buen seguro hará las delicias de quien se decida. Las fotografías que cuelgan en las paredes deviene de este modo en auténticos «pies de texto», subviertiendo y ampliando la lógica habitual de las obras de arte al uso con su ficha técnica. Imagen y palabra como poderosos aliados que forman un equipo terrible y afilado, capaces de abrirnos los ojos y la cabeza sin derramar una gota de sangre.
