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Misalfabetos

Hace unos días se presentó en la Biblioteca Pública de Valencia el Plan de Fomento del Libro y la Lectura con el que se pretende reactivar un sector que está en las últimas. ¿No me creen? En la Comunidad Valenciana el porcentaje de lectores frecuentes es del 56,8%, frente al 59,1% de la media española y el 71% de la europea (¡). Además se compran menos libros: somos los penúltimos, solo por delante de Canarias, aunque, puestos a leerlos, hasta los canarios nos ganan, de forma que constituimos el vergonzante furgón de cola del tren de la lectura. Eso, en castellano; en valenciano, parece que ni exista, el porcentaje de libros escritos en la lengua histórica es de un raquítico 2%, frente al 28,1% en Cataluña, al 12,4 en Baleares, al 5,1 en el País Vasco y al 4,9 en Galicia.

¿Se imaginan lo que pasaría si fuésemos los últimos de la clase en carreteras, en centros comerciales o -me dan mareos solo de pensarlo- en bares? Ya estoy viendo a las masas que se lanzan a la calle, a los parlamentarios que se inmolan a lo bonzo, al presidente Puig haciendo huelga de hambre€ Bueno, bueno, no exagere: tenemos el peor sistema ferroviario de España, la financiación autonómica más injusta y escandalosa, las prestaciones sanitarias y educativas más cutres del reino y aquí nos tienen, tan campantes en la tierra de la luz y del amor. En Valencia la gente solo habla de paellas y de las próximas fallas, tan apenas de su situación de postración política y económica, conque para hablar de libros€ Basta echar un vistazo a las personas con las que viajamos en el metro o en el autobús para ponerse a llorar: en Valencia quien no está embebido en el móvil, como si le fuera la vida en ello, se rasca pensativamente la nariz mirando al de enfrente, pero los lectores se pueden contar con los dedos de una mano y a menudo sobran casi todos. Suelo hacer la prueba de contar lectores y público en general siempre que cojo la línea 5 del metro para el aeropuerto y luego tengo que coger otro metro en la ciudad de destino -París, Munich, Londres, Zürich- y no falla nunca: nos ganan por goleada, con resultados como 5% vs. 40% (un 0-8 en Mestalla, imaginen); somos decididamente tercermundistas. Peor aún: en el tercer mundo no tienen metro y la mayoría no sabe leer, pero los ciudadanos valencianos no es que seamos analfabetos, es que somos misalfabetos (del griego ????, «odiar»), odiamos el alfabeto que nos permite leer, no vaya a ser que se nos pegue algo.

La conclusión que uno extrae de todo esto es que el plan de la Generalitat está más que justificado, pero el cuarto de millón de euros que se va a invertir en el próximo lustro tal vez no sirva para mucho. Es como recetar antiinflamatorios y anxiolíticos para un enfermo de tifus. Que hay que ayudar a las editoriales: desde luego. Que hay que coordinarse con los educadores: sin duda. Pero estas cosas ya se hacen para fomentar el consumo de naranjas o de vino, productos de la tierra que son buenos para la salud, pero que no resultan imprescindibles para la vida. Con los libros es más complicado porque condicionan nuestra visión del mundo y su ausencia nos conduce a una estupidización irreversible. En realidad, si los valencianos somos tan indiferentes a los asuntos de la polis -eso que se llama meninfotisme- probablemente es porque no tenemos la costumbre de leer: no nos enteramos de nada y siempre nos la meten doblada.

No tengo la receta mágica para salir del estado de postración en el que nos hallamos y que se ha agravado con los últimos veinte años de populismo indocto. Se me ocurre que la única posibilidad es ir a buscar al lector del futuro, a los niños y a los jóvenes, donde se encuentra, en la pantalla del móvil. Si conseguimos que poco a poco los mensajes triviales con los que se solaza vayan alternando con textos literarios, a lo mejor hasta salvamos de la extinción como seres inteligentes a estas pobres criaturas. Es una posibilidad.

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