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Aviso a navegantes

«En la diversidad y en la pluralidad está la gran riqueza y el gran drama de la Península Ibérica»

Seguramente no hay tema de conversación más delicado y controvertido que hablar del propio país. O nación, o patria, términos que los diccionarios consideran sinónimos, pero que yo creo que no lo son. El término patria, y no digamos ya el de patriotismo o el de nacionalismo, tiene fuertes connotaciones políticas, mientras que el de país parece que las tiene geográficas. También, claro está, psicológicas, etnológicas, antropológicas€ Sin olvidar que las connotaciones de un término, incluso su significado, cambia con el paso del tiempo. Y no estoy seguro de que la recurrente fórmula de «nación de naciones», aplicada hoy al caso español, sea la más apropiada y oportuna. Dicho lo cual, establezcamos una premisa: los otros siempre suelen conocernos mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos. Y no porque les interesemos más, a nadie le intereso más que a mí mismo, sino precisamente por lo contrario, porque les interesamos menos y, en consecuencia, no les ciega la pasión. O lo que es lo mismo, les resulta algo más fácil ser objetivos y reparar en detalles (ya saben, el alma está en los detalles) que nosotros, por obvios una veces y otras por distintas razones, solemos pasar por alto o no dar importancia.

Vivimos nuestra nación como si fuera eterna e inmutable cuando en realidad no lo es. Así empieza Los españoles, sugestivo, y arriesgado librito de un portugués afincado en España, Gabriel Magalhaes, agudo observador de nuestras costumbres y estudioso de nuestra cultura, lo que le capacita sin duda para escribir con conocimiento de causa de España y los españoles. Y con afecto también. Un país en movimiento, hecho de tensiones, de contradicciones, y con una historia trágica a sus espaldas que, según el autor, es el origen de nuestro peculiar carácter, el famoso, y no sé si triste o feliz, temperamento español, que puede desembocar, si no nos andamos con cuidado, en enconados enfrentamientos de seguramente tristes consecuencias.

El español, pese a todo, es optimista, pero también realista, sigue diciendo el autor, y mira al futuro con optimismo. Yo no estoy tan seguro de esto. No sé si se puede ser optimista y realista a la vez. Lo que sí me parece indiscutible es que el español se ríe de sus desgracias, lo cual no quiere decir que se las tome a broma. Por lo demás, el vínculo entre optimismo y alegría no es tan obvio. «Optimismo con fondo trágico», no es acaso lo mismo que pesimismo con fondo cómico. ¿Es optimismo nuestro sempiterno «somos los mejores», y demás fórmulas triunfalistas sin ninguna justificación? ¿o es pura fatuidad, otra característica ésta muy española?

Con buen tino el autor descubre España en su literatura (algo que seguramente puede hacerse con otros muchos países). Efectivamente, una nación está en su cultura, con la que se identifica ella misma, y con la que la identifican los demás. En sus tradiciones y la forma de conservarlas o adulterarlas. En su folclore, genuino o impostado. Y en muchas otras cosas más, perceptibles unas, e imperceptibles la mayoría. El autor encuentra en Don Quijote y Sancho la mejor expresión de la ambivalencia y la ambigüedad del alma española. Una obra donde no sólo se compaginan los opuestos, sino que se sostienen mutuamente hasta el punto de no poder vivir el uno sin el otro. Y ésta es precisamente para el autor la lección del Quijote, la clave de la convivencia, sostenida en pactos, implícitos o explícitos, «síntesis liberadoras que enriquecen la realidad, que la trasforman en un feliz sistema de conflictos resueltos.» Opinable. También en Velázquez, y especialmente en Las meninas, ve el autor esa síntesis de contrarios esperanzada y ese horizonte luminoso que propugna en su libro. De manera que Cervantes y Velázquez nos hablan de un país que no llegó a ser, pero que todavía puede ser. «Italia se parece a sus cuadros, Francia a su literatura, España todavía no.» Siento disentir otra vez. Yo creo que sí se parece. Los países no son producto de su literatura (sugestiva tesis, pero dudosa), sino al revés. Cosa distinta es que pueda no gustarnos lo que vemos.

Otra de las ideas que expone el autor en su libro es que la crisis global ha provocado, o favorecido si se prefiere, el rebrote de los nacionalismos. Pero antes nos pinta una historia de progreso (Los países cambian) no del todo convincente, incompleta en cualquier caso. Y en las páginas siguientes se abordan ya los problemas sangrantes, el paro, el aborto, «la mentira autonómica», «el problema lingüístico», considerados no sólo como indicadores políticos y económicos de un país, sino como indicadores morales que están hipotecando el futuro. «Nuestro patrimonio ético es cada vez menor (€) y la ética ciudadana no funciona.» España adolece de una débil democracia (la consolidación de un sistema político requiere mucho tiempo) y una mala educación. «El sistema educativo ya sólo sirve para difundir la incultura.» Estos sí son indiscutiblemente problemas de España, problemas que se agravan al no querer reconocerlos. Pero no es fácil plantear estas cuestiones en sus justos términos, quizás porque no tengan justos términos. Nadie se cree hoy día el argumento, falaz donde los haya, de que una nación próspera y justa no engendra nacionalismos. De que los que se quieren ir lo hacen porque buscan una nación mejor. Claro que ese va a ser su argumento fuerte, pero es a la vez su argumento más débil. El nacionalismo tiene razones más atávicas, y más superficiales también. O sinrazones si prefieren.

Y llegamos al final, penúltimo capítulo, Por el triunfo de la ética, aviso para navegantes: «Hay un signo claro, meridiano de cuando nos estamos adentrando en estas arenas movedizas [el autor se refiere a los extremismos irreconciliables]: el hundimiento ético, la presencia de un fango moral invasor en la vida cotidiana.» Rotundamente de acuerdo.

Libro oportuno por tanto, y sensato, del que se disentirá en ocasiones, pero eso el autor ya lo sabía y quizás incluso lo pretendía, alegato a favor de la mesura y la moderación, en un momento especialmente conflictivo e insensato en España, y en casi toda Europa. Crisis del sistema, rebrotes de los nacionalismos, dudas sobre el proyecto europeo, los conflictos circulan libremente por el mundo, se alimentan unos a otros, se estimulan. Pero el autor no pierde la esperanza. Nada más fácil que una virtud degenere en un vicio, nos dice. Hagamos pues lo contrario.

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