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Mujeres verdes

Me lo planteó un viejo amigo durante una inauguración mía (anda que vaya ocasión más apropiada para venir con estos rollos): un pintor moderadamente lamentable tenía una exposición en una de esas galerías que jamás he pisado ni pisaré, había llegado un tío que se había puesto a gritar que aquello ni era arte ni era nada y el artista, a quien no citaré (ya dijo Dalí que hablen de ti aunque sea bien), me acusaba de ser el intruso maleducado.

Bueno, es como el caso de aquel payaso de profesor que aseguraba (ignoro como podía) que yo le había aflojado las ruedas del coche, lo que más parece proyección jungiana, ya que no está entre mis costumbres hacer cosas de ese tipo ni de las de más arriba. Pero además parece que el gritón no se refería al trabajo del pintor exactamente, sino a que las obras expuestas eran impresas en plotter, con lo cual aún podía menos tratarse de mí que soy básicamente moderno y el del plotter me parece un soporte tan bueno para el arte (si lo hubiere) como cualquier otro.

Y era el mismo viejo amigo quien quiso cargarme el mochuelo aún hace más tiempo de haber entrado en otra galería gritando (decididamente esto ya es una manía) que lo expuesto era, bueno, ya sabes. Tampoco esto fue así: aunque en este caso sí fui yo el que entré a la galería y a la pregunta del nota que allí estaba sobre si me gustaba aquello, dije en un nivel de sonido de exactamente 40 decibelios (el normal de una conversación) que no y al inevitable por qué, respondí, sin subir el volumen, que porqué esa clase de pintura no me iba. Punto.

Y así era. No tenía nada, ni tengo, contra el artista en cuestión, es más, simpatizo con él, pero lo que hace no me gusta, no por nada personal, ni por nada en particular, sino por algo más general que es que no me interesa nada esa tendencia, a saber, el fauvismo. Es una pintura que no. Me parece, al contrario que en sus inicios, donde podríamos decir que agredía al espectador (para el gusto de la época) que hoy, y desde hace ya tiempo, es una pintura complaciente con el actual espectador. Y creo que el gusto por las pinturas de brillante colorido (qué bonito) suele ser inversamente proporcional a la cultura artística de quien las contempla o compra. Pero consideraciones al margen, es que no me han interesado nunca ni siquiera los padres fundadores, Vlaminck, Derain y toda la patulea, aunque como es natural (me parece) sí que me gusta, me interesa y mucho, Henri Matisse, pionero de la tendencia, pero que siguiendo la lógica de esta (y no), la trasciende para llegar mucho más allá.

Desde que a Matisse le vino a la cabeza trazar unas pinceladas verdes en la zona en sombra del rostro de su mujer que estaba pintando, cientos, miles, cientos de miles de retratos, en especial femeninos, tienen media cara verde. Podríais pensar, pintorets, que Matisse haría aquello por algo, no por la cara (oye, nunca mejor dicho). Se supone que estas cosas se pintan del natural y los artistas falleros saben sobradamente que las sombras en la piel humana son violáceas. A ver si nos fijamos.

En todas partes hay ineptos, y la mayoría por propia voluntad: en El Corte Inglés, en la casa de Gran Hermano, en la Conselleria de Cultura; pero el fauvismo es terreno abonado para la ineptitud. Por eso no me gusta.

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