Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Shakespeare: Tempestad de palabras

Shakespeare: Tempestad de palabras

Celebramos el IV centenario de la muerte de dos genios de la Literatura y el Teatro. Y también yo -perdonen la osadía- quisiera escribir unas líneas sobre Shakespeare -Shakespeare es mi oficio- que no fueran demasiado convencionales, que no tengan el propósito de que yo pueda mostrar todo cuanto sé, ya que todo cuanto sé, no es mucho. Permítanme que les cuente cuál sería la razón para -locura como fuere- dedicar nuestra vida a este oficio de perseguir los modos y fórmulas secretas del dramaturgo de Stratford-On-Avon.

Shakespeare es una tempestad de palabras: una pasión por las palabras. Una pasión por el «exceso».

Se trata de lograr la belleza, a partir de la agitación verbal que no se refiere al hecho de que un actor -fuere quien fuera- adopte un estilo determinado, en clave de «tormenta» o «tempestad», porque así lo haya decidido al construir su personaje, sino al propio diseño teatral tempestuoso que la escritura dramática nos proporciona.

No estamos, pues, hablando tampoco de encontrar, localizar, los pasajes donde Shakespeare invoca La Tempestad, directa o indirectamente€ No es eso.

No estamos proponiendo buscar los momentos en los que Lear (Rey Lear) clamando, voceando contra Universo€ o en los que Macbeth y Lady Macbeth (Macbeth) o Hamlet (Hamlet) o Romeo y Julieta (Romeo and Juliet) nos transportan a lo más oscuro del universo escénico, invocando, apostrofando, dirigiéndose al/a los cielos en busca de soluciones, o angustiados por lo que les ocurre.

No es eso.

Más bien estamos hablando de una tempestad en el estilo, en la propia escritura dramática en Shakespeare, que es deliberadamente huracanada, y corre de parte a parte del escenario -inexplicablemente- como un bello tornado.

Una Tempestad como método

Nos interesa pues el propio diseño teatral tempestuoso, la propia estrategia de tempestad que le caracteriza, y que emana de forma natural en él -de forma naturalmente desordenada- y que brota desde una Locura por las palabras («Llena de palabras mi locura», dice Lorca en uno de sus sonetos del amor oscuro), desde su desbordada pasión por el lenguaje, por la acción, por el ritmo, los ritmos€

Esto nos interesa buscar en Shakespeare en este siglo xxi, esto queremos ver, y lo haremos -para delicia del lector- sugiriendo que escoja como ejemplo una tragedia (Romeo and Juliet) donde lo tempestuoso no resulta, precisamente, una evidencia si para nosotros «tempestuoso» denotara un fenómeno atmosférico y no una metáfora.

Ya hemos señalado que en algunas tragedias de Shakespeare sí que tiene la palabra «tempestad» ese sentido, además del significado escénico, puesto que el viento y la lluvia son cosas reales, cosas que como los tornados recorren los caminos de Macbteh, Hamlet y -¿cómo no?- los de Lear, el rey desposeído, cuando a merced de los elementos se dirige hacia Dover, arrastrándose hasta encontrar la muerte.

Sí, es más difícil de detectar. Sí, pero estamos sugiriendo que sea el lenguaje huracanado lo que tengamos que buscar; estamos diciendo que esa es la «tempestad» real en Shakespeare. Créanme: es el huracán de su estilo, el tornado de sus ritmos lo que siempre nos va a apasionar. No la veneración por un autor que todavía no sabemos quién fue.

Es el silbido de las palabras a gran velocidad, recorriendo escenarios, paisajes, emociones, personajes, lo que siempre nos ha conmovido. Es Julieta, ávida de amor por Romeo, en clave de hembra hermosa, desbocada, clamando al cielo «Dame a mi Romeo», exigiéndolo, pidiendo que lo traigan a su alcoba a gran velocidad:

Corred veloces caballos

De pies de fuego. Galopad

Donde Phebo duerme€

Porque no soporta que su amado esté tardando tanto, que el látigo de Phaeton, el auriga, sea una forma de traer al amado tan lento. Porque ella quiere gozar de él ya. Y esto no nos remite a una Juliet dulce y romántica, sino a una muchacha llena de deseo y pasión (Diría yo que es el personaje femenino más bello de cuantos se hayan escrito para el escenario).

Esa pasión desmedida -en exceso magistral- ha sido la que nos ha empujado a hacer, y hacer, a continuar y continuar nuestro peculiar deambular obsesivo a través de su obra.

La pasión por el lenguaje se traduce en una pasión por la vida.

El amor.

El teatro.

Y no hay forma de resistirse a eso. No hay forma de fingir que eso no es interesante.

No hay forma de que pensemos que es común a todo el Renacimiento o a todo el Barroco. No, no es así.

No es común a todos.

Es evidente que vemos cosas parecidas en Lope.

En Calderón.

En Tirso.

Pero en Shakespeare todo tiene un sabor especial.

Ese sabor incluye lo improvisado, lo absurdo€ anticipo de ese tipo de teatro en el siglo xx, lo extraño, lo disparatado, la voluntad de torcer -forzar- los argumentos para que la tempestad sea tempestad.

Para que el ritmo sea ritmo.

Para que una representación sea una representación, un show, como se dice, con naturalidad la «representación» entre los profesionales del ámbito anglosajón. Nosotros somos más petulantes, más «trascendentes», y le llamamos «representación» (a veces es así como hay que hacerlo) olvidando que estamos hablando de un juego, de jugar€ play the play o jouer le theatre; que estamos hablando de un show, un espectáculo, una diversión.

Nada más por hoy.

Compartir el artículo

stats