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La última verdad

La narración de Angelika Schrobsdorff recons­truye la vida real e inconformista de su madre, una mujer nacida en una familia de la burguesía judía de Berlín, liberada de los prejuicios de su tiempo y deseosa de casarse con un artista.

La última verdad

«Como dije, tengo la convicción de que todo trabajo creador serio tiene que ser en el fondo autobiográfico, y que un hombre tiene que usar materiales sacados de su propia experiencia si quiere crear algo que posea un valor sustancial.»

Thomas Wolfe

No se puede expresar mejor. Dicho de otro modo, si el novelista no ha sentido, experimentado, vivido, de alguna manera, aquello que cuenta, si lo que cuenta no le concierne personalmente, difícilmente va a hacérselo sentir a sus lectores. Las grandes novelas, las inolvidables, las que dejan huella, son las que nos hablan de nuestra vida, de nuestras emociones, de nuestros deseos, esperanzas y frustraciones. Tú no eres como otras madres es una de esas grandes, inolvidables novelas que nos conciernen personalmente.

«Es cierto que tenía una cara bonita, que era inteligente, ingeniosa, desbordante en su amor, su vitalidad y su generosidad. Ignoraba las convenciones, los cálculos, las pretensiones. Pero no era sólo eso. Tenía un carisma que no se explica con dotes físicas, humanas o intelectuales.» Así es Else, la madre que no es como las demás madres, la mujer que no es como las demás mujeres. Hay personas, muy pocas, poquísimas, que poseen un magnetismo especial. Son personas a las que se ama y se odia con pasión instintivamente y casi siempre por las mismas razones. En qué consiste ese magnetismo no sabríamos decirlo, y posiblemente ellas mismas sean ajenas al poder de fascinación que desprenden. Pero, ¿cómo era, como fue en realidad, la madre de Angelika Schrobsdorff? La autora cuenta con sus recuerdos, un puñado de cartas y escritos de su madre, un cuaderno, y su oficio de novelista. Y con todo ello reconstruye la vida de su madre y escribe una novela soberbia, una novela que no es como las otras novelas. Pero Angelika no es complaciente con su madre, tampoco consigo misma ni con el resto de los personajes, la verdad nunca es complaciente, y nada más lejos de su intención que idealizar el pasado. La autora no se ha propuesto hacer un retrato favorecedor de nadie, tampoco escribir una biografía de su madre, sino escribir una novela. Y en una novela, y en eso reside precisamente su fuerza de convicción y de seducción, no importa que la novelista no haya sido fiel a la verdad de los hechos, cosa por lo demás casi imposible, con tal de que haya sido fiel a la verdad de la experiencia. La verdad que muchas veces sirve para ocultar otra verdad, que a su vez sirve para ocultar otra verdad, y así sucesivamente, hasta «la última verdad», que es también la hora de la verdad, la hora sin excusa, la hora de enfrentarse a los propios errores. Else, mujer culta aficionada al teatro y a la música, había escrito un guión, que muchos años después encontraría su hija, al que antepuso una declaración que puede aplicarse palabra por palabra a su novela. Resumiendo: «Todos los personajes, a pesar de las vidas enormemente desarregladas que llevan, no son deshonestos (?) Todas las relaciones comienzan de forma suave e inofensiva para luego desbordar a los implicados».

Angelika Schrobsdorff nació en Friburgo en 1927, escritora y actriz ocasional, en 1992 publica la obra que la daría a conocer en todo el mundo: Du bist nicht so wie andre Mütter, obra con la que vuelve a su pasado, a su infancia y juventud, primera mitad del siglo xx, «los dorados años veinte», y a Berlín, la ciudad «del vicio y del espíritu», la ciudad que poco después acabaría convertida en una ruina física y moral, pero no para hablarnos de ella misma, al menos no directamente, sino de la vida de Else, su madre, una madre que no era como las otras madres. Y no es sólo a su madre a la que busca, o en todo caso no es a la que finalmente encuentra, sino a Else, la mujer. Una mujer inesperada, una mujer que no había siquiera sospechado a pesar de haberla tenido tan cerca. Else fue hija, esposa, amiga, amante, además de madre, pero en todas esas condiciones o circunstancias nunca dejó de ser Else, una mujer que no era como las otras mujeres, que se enamora por las mismas razones que se desenamora, que una y otra vez comete los mismos funestos errores sin siquiera darse cuenta y sin arrepentirse nunca de nada, pues a pesar de todo el daño causado y recibido, «la vida sin embargo ha sido bella».

Todos los hombres y mujeres, nos dice la autora, tienen un lado oscuro, siniestro, obsceno, que no muestran a nadie, que ocultan cuidadosamente con sus modales educados, pero que inopinadamente un día aparece a su pesar, en un gesto, una palabra, una mirada, un comportamiento equívoco, inequívocamente equívoco. Los hombres compensan casi siempre sus vicios con sus virtudes. Se hacen perdonar los unos por las otras. Los hombres son una cosa y la contraria, dependiendo de las circunstancias, del azar y la voluntad, del tiempo y del destino.

Tú no eres como otras madres es una novela (impecablemente traducida por Richard Gross) sobre los estragos del amor (también sobre los estragos de la historia, Else es judía en el peor siglo de la historia para los judíos), sobre lo difícil que les resulta a los hombres y mujeres vivir sin amor, y todo lo que están dispuestos a hacer para conseguirlo. O al menos para vivir con la ilusión de amar y de ser amados. Una novela también sobre la pérdida irremisible de todo («la hora de la verdad»), sobre el egoísmo y la vanidad que anidan en el alma humana, pero también sobre la bondad, la humildad y el sacrificio. Una novela sobre la fragilidad y la fuerza del amor («El amor es una incógnita grave y oscura»), sobre lo que oculta el cumplimiento del deber y la fidelidad a las ideas. Cuando se derrumba el mundo, y el mundo hoy se derrumba a diario (el interior y el exterior), uno puede optar por seguir teniendo fe en el hombre y agarrarse a un clavo ardiendo, o hundirse con el mundo y dejarse arrastrar por él. La segunda opción parece la más pragmática, la más razonable, la que nos permite seguir viviendo, la de la mayoría. Y sin embargo, es también la más desesperada. ¿Por qué nos arruinamos la vida sistemáticamente? ¿Por qué no podemos dejar de hacer daño a nuestros seres queridos? ¿Por qué nos resulta tan insatisfactoria una vida satisfactoria? ¿Cómo hacer frente al miedo, a la enfermedad, a la vejez? ¿Cómo seguir viviendo? De todo esto habla también esta soberbia novela, que termina con un puñado de emocionantes cartas de Else, la madre que no fue como las otras madres. «Y sin embargo la vida ha sido bella».

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