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Obra

Variedades selectas

Las páginas del libro «Varietés» surcan la historia del espectáculo de variedades desde sus primeras huellas como «género ínfimo» para mostrar su evolución.

Variedades selectas

Señala la escritora Susan Sontag en su imprescindible y referencial obra sobre la fotografía, el carácter de esta como «arte elegíaco» o «arte crepuscular». En su ensayo y disección de la imagen fotográfica afirma que «hacer una fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa». «Precisamente -continua Sontag- porque seccionan un momento y lo congelan, todas las fotografía atestiguan la despiadada disolución del tiempo». Y revela ese poderoso ejercicio de ambigüedad que encierra la cámara: «Algo feo o grotesco puede ser conmovedor porque la atención del fotógrafo lo ha dignificado».

Estas reflexiones de la escritora americana a propósito de la fotografía podrían muy bien ilustrar y acompañar el libro Varietés (La Fábrica Editorial) una obra que reúne una colección de fotografías realizadas a lo largo de una buena parte del siglo xx, desde los años 20 hasta la década de los setenta, que se nos aparecen, a nuestros ojos contemporáneos, en ese «estado de hibernación» que aludía la ensayista como testimonios de un tiempo y de una cultura -o mejor subcultura-, en buena parte desaparecida o transformada. El mundo del espectáculo desde su proyección más popular, «artística», folklórica y casi siempre, bañado de una estética irremediablemente de gusto kitsch, que alimentaría muchos de los paisajes de aquella crónica sentimental que en su día alumbró el escritor Manuel Vázquez Montalbán. Paisaje humano, tierno y melodramático, equívoco y artificioso, ahora recobrado como vestigio de ese tiempo perdido que la televisión -y otros agentes- acabarían borrando para ser sustituidos por otras estampas no menos extravagantes o equívocas.

La colección de fotografías del libro Varietés se suman a ese rescate persistente de la memoria gráfica y de la propia historia de la fotografía desde sus ángulos más marginales o poco divulgados o conocidos que desde hace tiempo coleccionistas, editoriales, galeristas y otros canales informativos , están llevando a cabo en esta recuperación de lo que podríamos llamar «paisajes humanos de la memoria» parafraseando la denominación que en su día propuso el historiador francés Pierre Nora, Les lieux de memòire, en la búsqueda de puntos de encuentro entre la historia y la memoria.

A las publicaciones editadas en los últimos años, protagonizadas por los grandes nombres de la fotografía artística, del retrato o de estudios emblemáticos como el célebre Harcourt, el estudio francés que inmortaliza con sus retratos en blanco y negro los rostros de las grandes estrellas del cine galo -«En Francia no se es actor si uno no ha sido fotografiado por los Studios Harcourt escribe el sociólogo Roland Barthes en sus Mitologías-, se le han ido sumando en forma de goteo ininterrumpido, publicaciones que bucean y al mismo tiempo «exhuman» esa otra «cara B» del relato fotográfico, menos glamuroso o estilizado, pero excelente indicador de las oscilaciones del gusto . En muchas de las fotografías ahora rescatadas se puede ver esa alianza poderosa entre erotismo y kitsch. Desde las actitudes deliberadamente equívocas, ese desnudo insinuado o esa pose de stripteuse, al paisaje decorativo que las enmarca, todo está impregnado por esa atmosfera kitsch.

En este rescate de la memoria gráfica destacan los nombres del fotoperiodismo, profesionales que a menudo han quedado olvidados o marginados como ha sido el caso de la fotógrafa Juana Biarnés, ahora celebrada en su condición de mujer pionera; monografías que reconstruyen la historia de una ciudad desde la fotografía de carácter anónimo o no oficial. Un renacido interés por esa fotografía que documenta la crónica popular visualizada desde la vida cotidiana o desde el retrato de personajes, en su mayor parte anónimos, del espectáculo popular como en el libro Varietés; protagonistas principales de esa segunda división del mundo del teatro y la revista, que confieren y devuelven a la fotografía su fuerza como instrumento testimonial.

Vedettes de segunda o tercera fila, cancioneros, parejas de cómicos, actores de compañías de teatro, personajes que parecen extraídos de una comedia de Berlanga, bailarines, cantantes de zarzuela, artistas de circo y variedades, acróbatas, boxeadores o luchadores de catch, esas veladas que animan el ocio de los veranos más severos de la posguerra, todos se ofrecen ante la cámara del estudio aguardando su inmortalidad, ese momento de gloria efímera que quedará congelado en el cartel de la fachada de un cine que hace también las funciones de teatro: Versalles, Princesa, Doré, Moderno, Royal, Lírico?

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