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Escribe lo que quieras

Escribe lo que quieras, pero no me digas lo que debo escribir. No seas pelma, cuate, no me vengas con lo que debe ser o no ser la novela del siglo xxi, la poesía del siglo xxi, el jamón con chorreras del siglo xxi. Escribe lo que quieras, pero no prediques. Me llevan diciendo lo que está bien, y lo que no lo está, toda la vida: en casa mis papis, mis abuelitos, mi mujer, mis hijos y mis nietos; en el cole, los padres Dominicos y los profes, incluso el de gimnasia, que era policía nacional, un gris que tenía una idea binaria del universo: todo se arreglaba con un par de hostias.

Escribe lo que quieras, pero si escribes de gastronomía, no te me pongas estupendo, no te me michelinices más de la cuenta, que ha de ser muy poco, no te me vayas por las nubes catalanas de can Roca y tus batallas del antiguo El Bulli, que va a parecer que desayunas cada día ostras con champán, y no se trata de eso.

Teoriza sobre lo que quieras, pero procura no ponerte abstruso, ya sabes que la claridad es la cortesía de los filósofos (y de los poetas, y de los oradores, y de los presidentes de las comunidades de propietarios), de manera que no te disfraces de alemán escribiendo en español germanizado, porque los alemanes no te van a hacer ni pastelero caso epistemológico.

Cuéntanos lo que quieras, pero si nos cuentas tus viajes por el ancho mundo, no me digas, Marco Polo, cuáles son los diez lugares del planeta que no puedo dejar de ver antes de morirme. Ya sé que has ascendido el Karakorum, y que has vivido tres años entre caníbales, y que has sido vendedor de pescado en los suburbios de Pekín, y que has cumplido con el rito masai de sodomizar cebras vivas en el Serengueti; pero no estoy, no estamos, para catálogos turísticos, sino para interpretaciones de lo humano a través de la experiencia, aunque sea la experiencia de quedarse sentado en un sillón, sin salir de casa, engordando la próstata. Menos humos, Sancho.

Escribe lo que quieras, primo, pero no enfatices, no me censes tus enfermedades, ni me enumeres tus desgracias amorosas, ni me ordenes tu lista de intervenciones quirúrgicas, ni te pases la tarde evocando a tus muertos. Ya sabemos que el mundo es un desastre, que la historia es una aberración, que la vida es lo del cuento contado por un idiota y lo demás: ya lo sabemos desde párvulos, y leemos, precisamente, para olvidarlo, para reafirmarnos en el hecho de que vivir es milagroso también. Para corroborar que el arte es una manera de aliviarnos por todo lo que sabemos.

Mira, brother, para escribir sobre todo lo que no se debe escribir, en la forma en que no conviene hacerlo, ya estoy yo, servidor de ustedes, que no se equivoca nunca de tono, ni de tema, ni de llave para la cerradura. Escribe lo que quieras, pero escribe como quiero. Tenme contento, anda. Cuesta tan poco€

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