Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Literatura sin más

En estos pasados días de verano ha habido más gente que nunca con un libro en las manos. En la playa, en el campo, en el sofá del cuarto de estar, algunas personas han devorado páginas y páginas de gruesos librotes que no solo no les aprovecharán para nada, sino que lo más probable es que les sienten como un tiro. Son los bestsellers. Pasa lo mismo que con la comida basura. Vas a una hamburguesería, te zampas una doble de ternera con queso acompañada de papas fritas y mucho ketchup, y nada más salir ya te has echado al coleto varios miles de calorías, se te ha disparado el colesterol malo y el azúcar en sangre y tu aspecto físico ha dado un nuevo paso para asemejarte al hombre Michelin. Son pobre gente: sabemos que la comida basura la consumen las capas más bajas de la sociedad porque carecen de cultura gastronómica y, sobre todo, porque el presupuesto no les da para algo mejor. Este tipo de comida será todo lo perjudicial que se quiera, pero resulta barata y, además, sabrosa. Tanto que engancha y que los jóvenes no pueden resistirse a ella.

¿Pasa lo mismo con la literatura basura? Pues, en parte, sí. Vas a una tienda, ves una torre de libros envueltos en solapillas que proclaman que se trata de la 20ª edición y no puedes resistir la tentación de comprar un ejemplar. Luego, en cuanto te quedas ocioso, te abismas en centenares de páginas donde las pasiones volcánicas salpimentadas de escenas de porno blando alternan con ambientes lujosos y con paisajes deslumbrantes, todo ello adobado con palabrotas, muchas palabrotas, y un montón de tópicos. Esto también engancha, especialmente a las capas más incultas de la sociedad. En cuanto el lector cierra el volumen, su índice de insolidaridad se dispara, sus prejuicios racistas bordean la línea roja y su autocompasión se consolida. La literatura basura engancha exactamente igual que el fast food, solo que aquí la pobre gente suele ser de edad madura, pues los más jóvenes bastante tienen con sus mensajes del móvil. La única diferencia con la comida homónima es que los bestsellers no son baratos. Los pobres lectores de estos subproductos de veinte euros para arriba no son pobres y, por eso mismo, no creen estar metiéndose porquerías en la cabeza.

Las emociones son fenómenos biológicos como cualesquiera otros y era de esperar que a la ingesta de basura por la boca correspondiese una ingesta de basura por los ojos y por la mente. Lo sorprendente es que esta última no sea asequible a cualquier bolsillo. Sin embargo, conviene aclarar que dicha excepción solo se da en España. En los países civilizados las librerías no tienen best sellers porque estos comecocos solo se venden en quioscos y en supermercados. Los libros que nos hacen libres se venden en librerías. Las tonterías, que nos esclavizan, solo pueden venderse en almacenes de libros. Por desgracia, cada vez hay menos librerías y más almacenes en este desdichado país. Vayan, vayan a los establecimientos de renombre de toda la vida o a muchas casetas de la feria del libro y verán lo que les ofrecen. A pesar de todo, unas pocas librerías luchan contra viento y marea para salvarnos de nuestro infantilismo cultural. ¿En Valencia también? Claro, aunque ya cerró Valdeska, algunas quedan y es fácil reconocerlas sin más que ojear sus estanterías. Apresúrense, vayan a la calle Ramón Llull, a Primado Reig, a Cádiz, a Artes y Oficios, a Grabador Esteve, a Daniel Balaciart€, y encontrarán, al fin, libros.

Mucha gente vuelve de las vacaciones con unos kilos de más porque no ha hecho otra cosa que comer porquerías. Suelen ser en parte los mismos que vuelven con la mente llena de confusión y de basura. Y de la misma manera que luego cuesta mucho librarse de esos kilos, también cuesta quitarse de encima los prejuicios acumulados en horas y horas de lectura desperdiciada. Les deseo que elijan bien y solo consuman literatura sin más. Buen provecho.

Compartir el artículo

stats