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Entrevista

Sean Scully: "Soy un constructor de puentes"

El artista que se define como un constructor de puentes que quiere unir lo distante: el mundo y la historia, la tradición y la modernidad, la abstracción y la figuración, la espiritualidad y la materia, el arte y todos los públicos

Sean Scully: "Soy un constructor de puentes"

Liliana Tomasko y usted han terminado la rueda de prensa sobre sus respectivas retrospectivas (valga la cacofonía). En su caso, casi cinco décadas resumidas en unas sesenta obras que permiten atisbar las sucesivas etapas que arrancan con la fase Minimal tras llegar a Nueva York a mediados de los 70. ¿Por qué Valencia?

Valencia es una ciudad fantástica, amable, abierta, acogedora. Hace unos 8 años estuvimos a punto de comprar un estudio aquí. No descartamos que algún día no muy lejano terminemos por tenerlo.

Su obra destila una serie de contradicciones, alguna obvias con raíces muy profundas, pero me gustaría empezar por una menos evidente. ¿Razón o emoción?

Es una buena pregunta, pero la pregunta es el sentido de la obra, es ambas cosas. Me permitirás que haga una referencia a Nietzsche, cuyo pensamiento empecé a conocer no hace mucho ya que mis estudios fueron limitados y mi formación ha sido fundamentalmente autodidacta. Nietzsche plantea que razón y emoción son ambas igualmente poderosas pero paralelas, y sugiere que se exploten al máximo evitando comprometer la una a la otra. A mi manera, es lo que he tratado de conseguir en mis obras, por una parte son poéticas, no se pueden entender racionalmente, apelan a la emoción, pero por otra están basadas en una estructura arquitectónica, mental, muy rigurosa.

Ha sido toda una sorpresa conocer sus inicios minimalistas neoyorquinos. ¿Cómo se introdujo en esta propuesta?

Cuando llegué a Nueva York decidí despojarme de todo lo anterior y abandoné radicalmente el color. Yo tenía una buena capacidad intelectual, un gran sentido del rigor, incluso en un plano moral. Dada mi condición de extranjero, de persona en un territorio extraño, debía mostrar mi identidad con fuerza. Robert Ryman me ayudó enormemente, era un hombre sin ningún sentido de la competitividad, era un ángel. Yo le respetaba mucho como persona y como artista. Pero pronto me di cuenta que su obra era demasiado sofisticada y exigía un público demasiado especializado. También era el caso de Dieberkon, su arte era muy difícil que conectase con el público. Caí en la cuenta de que los artistas que admiraba estaban encerrados en un elitismo incapaz de influir sobre el mundo. Yo soy ambicioso, la pintura no es mi destino, quiero algo más, quiero mejorar el mundo. Fue por eso que siendo un artista aceptado y respetado, decidí romper con el minimalismo en los ochenta.

¿Tradición o modernidad?

Creo que tengo una buena respuesta. Manet tenía un pie en el pasado y otro en el futuro. Entonces se le veía como más conservador que otros coetáneos suyos. Sin embargo, ahora está considerado como la figura más importante de su generación y su obra la más universalmente aceptada. Es muy importante entender el pasado, máxime teniendo en cuenta que el asunto del tiempo es complicado. El presente no lo hacemos nosotros, nos es dado. Nosotros podemos influir en él, pero las consecuencias de dicha influencia se verán en el futuro. Llevar el pasado en el futuro es algo más complejo y rico que sencillamente cortar con el pasado.

Usted ha sido, a buen seguro, un estudioso de la tradición pictórica, seguramente por ello le atrajo España y acabó residiendo en Barcelona.

De España me atrae esa dimensión material de la vida, la potencia de la tierra. Admiro la pintura de Ribera, esas superficies pictóricas de colores increíbles y una brutalidad física impactante. Goya y también Velázquez -ese color rosa- han influido notablemente no sólo en mi paleta cromática. También admiro el Renacimiento italiano y pintores como Cimabue. Pero Picasso ha sido un modelo fuerte de luchador constante, de vitalista poderoso. Quiero unificar todo, el mundo y la historia son lo mismo. Soy un constructor de puentes.

Estoy convencido que la abstracción de principios del siglo xx ocurrió por algo, pero también me queda claro que no desarrolló su potencialidad. Yo he querido llevar la abstracción a la figuración, de ahí los títulos de mis obras, siempre relacionados con personas, ciudades, situaciones. De ahí que mi punto de partida sea siempre la realidad exterior. Mi pintura es en cierto sentido muy realista. Pero siempre he tratado de establecer relaciones, divisiones, ritmos que sean capaces de conectar emocionalmente con los públicos. De ahí también la importancia que le doy al color, el color es vibración que llega al espectador sin intermediaciones, como la música. La música es muy importante en mi obra. El ritmo marca la diferencia entre mi obra y la de otros artistas. Yo escucho música en el coche, mientras me traslado de la casa al estudio en las afueras. La música contemporánea es muy primitiva, pero está recorriendo todo el mundo, me encanta eso.

Una última y no menos importante pregunta ¿Vertical u horizontal?

El cuadro tienes sus límites, todo está fijado al borde del mismo. Ese es su defecto y su virtud. La oposición es muy fuerte, su principal defecto es la falta de movimiento. Durante muchos años establecí una argumentación que se ha mantenido. La vertical es la construcción, la arquitectura de Dios, que es un árbol. La horizontal es la eternidad. La mayoría de las construcciones del hombre se erigen en vertical, son columnas, torres, edificios. Es una fuerza que se levanta en competición interna con otra fuerza también interna pero menos agresiva. Mi pintura es una contradicción entre ambas fuerzas, una lucha entre las dos. Mis cuadros, cada vez más, están llenos de horizontes, de materia pictórica hecha tiempo.

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