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En los últimos días

En los últimos días

Miguel, el escritor que protagoniza la novela El guardián de los secretos, de Óscar Hernández Campano, quizá llegara a pensar lo que Vicente Aleixandre, en una carta al pintor que fuera su amante, Gregorio Prieto, creyó que iba a pasar y no pasó en aquel tiempo de su juventud previo a la República: que el tiempo por llegar traería libertad verdadera en lo que con el amor oculto tenía que ver. «Estoy seguro -escribió Aleixandre- de que llegará una década de libertad, de máxima libertad. Nuestra generación no lo verá ya. Lo que hoy no está más que apenas tolerado, y mal, tan mal, será el día de mañana cosa corriente, formas distintas». Pero la guerra fratricida impidió que llegara el tiempo que Aleixandre deseaba y que quiso, sin duda, el protagonista de esta novela al entregar los últimos días de su vida al relato de unos recuerdos ocultos de aquella época como un cumplimiento verdadero de su existencia. No en vano crea en su testamento una fundación con su legado para la lucha y defensa de los homosexuales y transexuales, para la recuperación de la memoria histórica, y cómo no, tan gatuno, para la defensa de los animales.

El amor homosexual es protagonista fundamental de esta narración; el amor con su fuerza, el amor puesto en el rescate de un joven perdido y asalvajado por culpa de un incidente que lo persigue. A eso se añade la propia historia de Miguel en el escenario de la guerra, convertido también en el paisaje de la culpa y el sacrificio o la desolación. Un rescate de la vida, un modo de fidelidad a la propia existencia, un modo de volver a vivir en el recuento, y un intento de entrega a los otros de lo que verdaderamente fue, aunque alguna vez trate de arrepentirse de ese empeño. Pero este es un libro que contiene dos o tres relatos hermosísimos intercalados en un solo libro, contados desde el Madrid donde Miguel escribe, pero penetrados por los escenarios de nuestras costas castellonenses de Peñíscola o Benicarló, que Hernández Manzano recrea con precisión histórica, paisajística y especialmente emotiva. La historia que va reconstruyendo Miguel es una historia que transcurre entre la realidad y el sueño, o evocando a Luis Cernuda, entre la realidad y el deseo, pero que es experiencia vivida y revivida en el texto del escritor en su camino hacia la muerte. El relato del viejo Miguel es emocionante y conmovedor, justiciero a veces consigo mismo, también con la vida. Pero el otro relato que se intercala en la obra, que aquí hay dos novelas, si no tres, que se van alternando, es la narración de la experiencia de Enara, la enfermera que lo atiende en sus días últimos y descubre en él un mundo y se identifica con ese mundo en su lectura. Escritor y lectora comparten una misma emoción. Es como si Miguel hubiera encontrado en ella a una heredera de sus secretos, capaz de transmitirlos cuando él haya muerto. Y la encuentra. Porque esta es la novela del escritor y su lectora, en la que les acompañan unos personajes muy perfilados del servicio de su casa, sabia y cariñosamente descritos, y hasta el gato que traspasa en muchos momentos y de un modo muy emotivo la obra. Esta es la novela que uno y otra escriben y donde se nos entregan dos miradas: la de quien narra un mundo, pasando por los años, registrando la historia con verdadera minucia y detallismo, y la de quien mira y vive lo no visto como si esa vida también le perteneciera. La vida de Miguel transcurre en un periodo azaroso de la historia de España, muy bien evocado, sí, y la vida de Enara es otra en otro tiempo reciente. Pero a ella ese pasado le enseña a valorar el escenario de la vida que vive en su presente y a entender el valor de vivir desde la enseñanza de quien, como Miguel, ha vivido tanto y busca revivirse en su vida secreta. Ese es un don de la literatura, un don que aprecia mucho Hernández Manzano porque ha sabido valorar la eficacia del secreto como tesoro y la posibilidad de desvelarlo como privilegio. Y si el escritor protagonista se empeña en construir esa novela no es porque crea que se la debe a la muerte sino que se la debe a la vida. Lo mismo que si Enara construye la suya de otro modo es porque aprende de la experiencia de Miguel el valor de la vida. Y si Óscar Hernández Campano los ha juntado es porque sabe que ya cuenta con lectores capaces de cultivar la emoción del secreto que él transmite tan acertadamente.

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