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Obra

Michel Onfray, religión y democracia

A la manera de como Marx iniciaba el Manifiesto Comunista, hoy hay una fantasma que recorre buena parte del mundo: el islamismo armado

Michel Onfray, religión y democracia

A la manera de como Marx iniciaba el Manifiesto Comunista, hoy hay una fantasma que recorre buena parte del mundo: el islamismo armado. Un conflicto que para unos no tiene más denominación que «terrorismo» mientras que para los más pragmáticos no es sino una guerra multipolar. Una manifestación que cogió fuerza cuando el FIS argeliano fue ilegalizado a punto de ganar las elecciones (1991) y pasó a grupo armado: GIA, GSPC y, finalmente, Al Qaeda del Magreb Islámico. Confluía así con la «marca» que había comenzado Osama bin Ladin (de aquella amortizado para Washington después de luchar contra la URSS en Afganistán) con los atentados en Nairobi, Dar es Salaam, WTC en Nueva York y el Pentágono.

El relato posterior, extendido al resto del mundo, es conocido: intervención de los Estados Unidos en Iraq (2003) y atentados en Madrid y Londres, entre otros. La decadencia de Al Qaida y sus franquicias llevó a la emergencia del Estado Islámico y sus filiales con un dominio territorial. Pero la comisión de atentados, muchos de ellos cometidos por combatientes regresados a Europa, tiene desconcertada a la opinión pública occidental.

Michel Onfray se declara ateo, pero sin hacer de eso un dogma, con el cual poder analizar los fenómenos religiosos en tanto que manifestación humana. Pero aún con más vehemencia, el filósofo francés sitúa en Penser l´Islam los antecedentes que llevaron a tal situación. Y en el centro, señala la claudicación de la izquierda (a favor del liberalismo) desde Mitterrand y la utilización que hizo de la proporcionalidade electoral para que el ascenso del FN dividiera a la derecha. Y en cuanto a esta, Onfray denuncia sus complicidades interesadas (con dos excepciones: J.P. Chevènement, quien dimitió de ministro de la Defensa en el gobierno Rocard, y Jacques Chirac, quien consideró ilegal la intervención en Iraq en 1993).

Onfray se manifiesta especialmente duro con el presidente Hollande y con el primer ministro Valls (a quien apoda de fanfarrón) por la actuación que tuvieron después del atentado contra Charlie Hebdo. Da por sentada la condición inmoral de los combatientes islamistas. Pero no ahorra una crítica semejante contra aquellos políticos occidentales que no dudan en bombardear países musulmanes con pérdidas humanas y materiales tan o más graves que las que provocan los yihadistas con sus alfanjes o con excavadoras en lugares históricos.

Y critica sin compasión (desde posiciones filosóficas) la exculpación intelectual y política que desde ciertas izquierdas se hace genericamente del Islam en tanto que religión de los oprimidos y copartícipe de la multiculturalidad. Y en la misma línea censura la frivolización de la respuesta ciudadana en el formato «yo soy Charlie» (que recién llegó a «selfies solidarios») o la consideración de que «los musulmanes son las primeras víctimas» o que los atentados «no tienen que ver con el Islam».

Onfray confiesa que leyó el Corán y otros textos y que el asunto de interpretar el Islam resulta complicado. Sería posible articular un Islam moderado frente a otro Islam combativo y violento. Pero tal propósito resulta inviable si consideramos que esos textos son inseparables entre ellos: como la Torá, la Biblia o el Nuevo Testamento, son considerados libros revelados y por lo tanto con ellos no se puede hacer un menú de peticiones.

Pero el filósofo francés insiste en la necesidad de un pacto, que supere, por simple realismo, la ley francesa de 1905 de separación entre religión y poder político. En ese sentido propone abiertamente un contrato social entre la República y el islam francés. Este tendría que observar la primacía de la legislación democrática y la primera pagaría los gastos de culto (con una financiación vía fiscal a favor de todas las confesiones, incluido el ateísmo). Una vía, por estricto pragmatismo, que Manuel Valls viene de proponer después de la matanza de Niza.

*Periodista

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