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Cultural

ace algunos años estaba yo en un campus universitario de los EE. UU. tomando un café en la terraza de un bar mientras me fumaba un cigarrillo (vale, lo confieso, fue hace bastantes años, cuando todavía fumábamos).

En esto que se me acerca un estudiante sonriente, me pregunta de dónde son los cigarrillos del paquete que había dejado encima de la mesa y me pide uno porque -afirma- le apetece probarlos. Hasta aquí nada sorprendente. Le alargué el paquete, tomó uno y entonces, ante mi sorpresa, dejó un quarter -25 cts. de dólar- sobre la mesa. Naturalmente, me negué y se lo devolví.

Él porfió en alargármelo, yo en rechazar la moneda, y así estuvimos en un tira y afloja incómodo mientras se le ponía cada vez peor cara de mal humor y a mí de perplejidad. No sé si habría llegado la sangre al río. El caso es que, en cierto momento, le cambió la expresión, puso cara satisfecha y me espetó: -I see, it´s cultural. Como se pueden imaginar, yo me apresuré a asegurarle que esto de negarse a cobrar un cigarrillo era «cultural». Pero como uno no deja nunca de ser profesor, fui incapaz de reprimirme y tuve que darle una lección: le hice observar que lo de empeñarse en pagar un cigarrillo también era cultural, que respondía a la cultura norteamericana del I paid for it. Esta cultura nos resulta muy extraña en España, un país donde el personal aspira al chollo, a la mamandurria y al gratis total, mas no deja de tener sus cosas buenas: allí nadie te invita jamás, todos pagan a escote, pero los derechos del consumidor son sagrados. No es una casualidad que EE. UU. sea el único país en el que ya se ha indemnizado a los propietarios de VW

trucados en su mecanismo de eliminación de residuos contaminantes. Como que si la compañía no lo hubiese hecho, a estas alturas ya habría quebrado porque los propietarios habrían exigido la devolución del coste

total del vehículo más los intereses.

Les cuento todo esto como preámbulo a una breve reflexión sobre la cultura. La cultura de cada comunidad representa la herencia de sus antepasados y, por lo mismo, resulta muy respetable, pero esto no quiere decir que siempre sea buena, saludable o moralmente intachable. Torturar al vencido y ejercer el derecho de pernada con las mujeres del pueblo era un rasgo cultural de los nobles que caracterizaba a las relaciones feudales en toda Europa, pero no tiene nada de simpático. Tampoco acaba de convencerme la costumbre -de lo más cultural- que tenía aquella gente de no lavarse ni cambiarse de muda más que una vez al año por Pascua. Así que, bien está lo cultural si, además de responder a una tradición arraigada, es algo bueno de suyo, si no, resulta preferible abandonarlo. Lo digo a propósito de esa extraña cultura del velador que nos ha invadido hace algunos años y que en Valencia alcanza límites paroxísticos. Es imposible que en un radio de cincuenta metros desde su casa no haya uno o varios bares que despliegan sus veladores en la calle hasta altas horas de la madrugada. El resultado es bien conocido y aburre enumerarlo: los vecinos no pueden descansar, los viandantes no pueden pasar, la gente no puede charlar y los comerciantes se disponen a cerrar. Hace un año la ciudadanía le dio una patada en el culo a la señora Barberá y la echó del ayuntamiento. Entre otras lindezas de su gestión, estábamos hartos de que hubiese convertido la ciudad en un inmenso bareto. Pero se ve que no era para tanto porque la nueva corporación, supuestamente progresista, ha seguido haciendo lo mismo, con más brío si cabe. No me consta que se hayan excusado diciendo que es algo propio de la cultura mediterránea, pero poco tardarán. Hay mucho dinero por en medio. Este es un país de gente que o son camareros o son clientes de un bar. El consumo, motor de la economía capitalista, se confunde aquí con la consumición. Apañados estamos. Pues miren, ¿saben lo que les digo?: que si esto es cultura, que venga Dios y lo vea. Ni a su favorito Noé, el primer beodo de la historia, le habría gustado, que ya es decir.

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