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Epistemología del paraguas

lgunos sustantivos del español no terminan de estar en su sano juicio sustantivo. Nos hemos acostumbrado a ellos, porque somos muy sufridos como hablantes, como pensantes, como itinerantes, pero la verdad es que deberíamos ser bastante más precisos a la hora de elegir palabras para nombrar las realidades que queremos nombrar con las palabras. Sin ir más lejos, con el caso de la palabra paraguas, uno de los nombres más confusos de nuestra lengua.

La esencia de un paraguas no se cifra en la evidencia morfológica de su carácter compuesto. Un paraguas no es para las aguas, para pararlas, para protegernos de la lluvia. Como cualquier español sabe desde muy pequeño, los paraguas han nacido para perderse, para extraviarse, para que nos los roben, para que los olvidemos en algún lugar y ya no volvamos a saber nada de ellos, los pobres.

Nadie ha podido tener el mismo paraguas durante unos cuantos años de su vida. Un reloj sí. Un abrigo sí. Una mujer sí. Una misma religión sí. Pero un paraguas no. Es física y metafísicamente imposible. No está en su naturaleza ni en la nuestra. Los paraguas son escurridizos, ponen pies en polvorosa a las primeras de cambio, se despiden de nosotros a la francesa y se marchan por el mundo, a correr sus propias aventuras de mano en mano.

Los paraguas se dejan olvidados en los taxis, por regla general: existe una imantación sin resolver entre estos dos universos. Las compañías de taxis son uno de los más grandes cementerios anónimos de paraguas que existen en el mundo. Los taxistas, cuando ya no pueden almacenar más paraguas en el maletero del coche, ni en su casa, los regalan entre los conocidos de la vecindad, entre sus familiares, vueltos unos benéficos reyes magos de la industria paragüera universal.

Los paraguas se dejan olvidados en los cines, después de haber derramado en la oscuridad algunas lágrimas vergonzantes, a causa del final cursi de la película. Y se olvidan en esos cubos de las tiendas, en los días de lluvia, después de haber comprado un perfume dulzón. Los paraguas se pierden en casa de los amigos, que a su vez los perderán más tarde en otras casas, para seguir alimentando la cadena trófica de los devoradores de paraguas.

Existe una lección moral en este temperamento perdidizo y escabullidor de los paraguas. Es como si me dijesen: No te molestes, amiguito Marzal, en depositar demasiada energía en el acto de conservarme. Me perderé, más tarde o más temprano. Aprende del ejemplo paragüil, para el perfeccionamiento en el camino de tu existencia. Así pasan las glorias del mundo. Así pasan los paraguas del mundo, etc.

Por todo lo dicho anteriormente, y con el ánimo de contribuir al enriquecimiento de nuestra hermosa lengua, proponga a la Comisión de Vocabulario de la real Academia Española que en la entrada del Diccionario en donde dice «Paraguas», se lea a partir de ahora «Paraperderses».

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