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La evidencia del sonido

La evidencia del sonido

Una de las discusiones históricas mantenidas con posterioridad en el ámbito de la estética, tuvo que ver con la comparación entre las diferentes disciplinas artistas para ver, dicho en román paladino, cuál era las más bella de las Artes. Ni que decir tiene, hubo opiniones para todos los gustos, pero hay una coincidencia generalizada en subrayar la singularidad excepcional (me niego a hablar de supremacía) de la música en tanto que no necesita una mediación material y accede directamente (dicho sea con reservas) al público. Afortunadamente, esa pureza de la música se ha visto impelida a tomar cuerpo y materia formando una pequeña pero notoria disciplina conocida y reconocida como arte sonoro. José Antonio Orts (Meliana, 1955) es todo un referente nacional e internacional con una dilatada trayectoria que ahora muestra su trabajo reciente -hay que tener presente que la inmediatez es enemiga de la investigación que exigen estas prácticas artísticas- producido a lo largo de estos últimos ocho años. Afincado durante largas temporadas en diferentes ciudades alemanas donde ha disfrutado de prestigiosas becas y recibido importantes encargos, Orts ha encontrado fuera el apoyo y el reconocimiento que no encuentra dentro. Algo tristemente «made in Spain», como en tantos otros frentes relacionados con la cultura y el estudio.

El sonido y la luz siguen siendo las inmateriales materia primas que sabe conjugar -gracias a sus profundos conocimientos musicales y a su poderosa capacidad inventiva- con elementos escultóricos y circuitos electrónicos que se despliegan en los muros y en el suelo de la galería en diversos conjuntos sonoros que oscilan entre la bidimensionalidad pictórica y la instalación. Eso sí, siempre es absolutamente necesaria la participación activa del espectador, unas veces como atento explorador científico que se aproxima a especímenes desconocidos para analizar su comportamiento. El factor sorpresa inicial se transforma rápidamente en un conjunto de sensaciones que no dejarán de fluir y variar en tanto persista la voluntad de diálogo interactivo.

Uno de los hechos que me ha fascinado de estas obras tecnológicas e inequívocamente construidas, es la íntima conexión -inmersión diría- que surge con la Naturaleza y, más precisamente, con sus elementos esenciales. El aire, el agua y hasta el fuego con sus destellos lumínicos alientan profundas sensaciones que inciden en algo indisociable del ser humano. Ese fluir, ese cambio de estado, esa impermanencia que nos identifica hasta la médula con la vida misma. Desde esta perspectiva, no puede ser más adecuado el título genérico de Interrrelaciones, que sitúa la obra en ese ojo del huracán que la conecta no solo con el espectador, sino también con todo aquello que nos rodea y de lo que no dejamos de formar parte.

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