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E baile del siglo

La inminente celebración del Carnaval nos sirve para rememorar a través del libro «Bals» algunos de los bailes de máscaras que marcaron el siglo XX. Un tiempo pasado en el que el lujo, la extravagancia y la fantasía eran las únicas reglas de juego.

E baile del siglo

«Caballeros, máscara negra; señoras, blanca». Con estas indicaciones Truman Capote convocaba a cerca de 500 invitados para su Black & White Ball, un baile de disfraces que iba a tener lugar el día 28 de noviembre de 1966 en el Hotel Plaza de Nueva York. El escritor se encuentra en esos momentos en el cénit de su carrera literaria con su aclamada novela A sangre fría, reseñada con todos los honores por la crítica. De aquel suntuoso baile, como señala un comentarista social, Capote saldrá con 500 amigos y 15.000 enemigos. Todos los que no fueron invitados.

Aquel día los salones de belleza de Nueva York no daban abasto peinando y decorando las cabezas de las principales damas de la sociedad americana. A diferencia de los lujosos y extravagantes bailes de máscaras de la vieja Europa que han señalado la vida social del siglo xx, Capote quiere organizar una velada donde el buen gusto y la elegancia de la joven Norteamérica sea el distintivo. La idea de una fiesta solo en blanco y negro se la ha propiciado su amigo, el diseñador y fotógrafo Cecil Beaton, creador del vestuario del musical My Fair Lady. Como cuenta Gerard Clarke en su biografía sobre el escritor, era tal su celo que a punto está de incluir en las invitaciones la recomendación de que «las damas solo llevasen diamantes». Temía que los destellos de los rubíes, zafiros y esmeraldas pudieran arruinar la cuidada escenografía de la fiesta?

El que fuera llamado «El gran baile del siglo XX» reúne en los salones del Hotel Plaza una gran ensalada social donde se mezclan las primeras casas de la alta sociedad neoyorquina, princesas europeas, las estrellas de Hollywood, políticos, escritores, modelos, editores o dramaturgos de Broadway. Como relata el escritor y periodista Nicholas Folkes en su libro Bals. Legendary Costume Balls of The Twentieh Century (Assouline), Capote hizo realidad su sueño de reunir y mezclar las diferentes elites, económicas, sociales y artísticas. Ver juntos en una misma habitación a Andy Warhol y Gloria Vanderbilt.

Quince años atrás, en 1951, Le Bal Beistegui, bautizado así por las crónicas sociales en honor de su convocante, Charles -o Carlos- Beistegui, un decorador de origen mexicano afincado en Francia, organiza uno de los bailes más extravagantes y fastuosos realizados hasta aquel momento en el mundo. Para la inauguración de su Palazzo Labbia situado sobre el Gran Canal de Venecia, Beistegui diseña una gran fantasía barroca trasladando a sus invitados a la Venecia del siglo xviii. Entre los personajes más llamativos de la noche destaca el pintor Salvador Dalí, autor de muchos de los disfraces de los invitados, con unas gafas de doble cristal diseñadas por Pierre Cardin en cuya montura se agitan pequeñas hormigas. Otro creador de la velada es el modisto Christian Dior, responsable de algunos de los vestidos de las invitadas, como el que lleva la celebrity e icono de moda Daisy Fellowes bautizado como «La reina de la África» aunque por las formas parece salido del Segundo Imperio Napoleónico.

En los nuevos salones de la alta sociedad de la postguerra se reúnen -no sin sus apuntes críticos, las penurias de la guerra y sus secuelas todavía están recientes- aristócratas, estrellas de cine y creadores de vanguardia. Como señala la cronista social Elsa Maxwell en sus memorias: «a la nobleza de la sangre le ha sucedido ahora la de la realeza de Hollywood». La periodista será promotora de algunos de los grandes eventos como su legendario baile de beneficencia, April in Paris, celebrado en el Waldorf Astoria de Nueva York. Para el baile que organiza el Marqués de Cuevas, Jorge Cuevas Bartholin, un mecenas de origen chileno que había hecho fortuna casándose con la nieta del magnate John D.Rockefeller, Elsa Maxwell hace su entrada en los jardines del Chiberta Country Club de Biarritz vestida de campesina de la Revolución Francesa a lomos de un burro. A su lado, la bailarina Zizi Jeanmaire, aparece como una figura de un cuento de Las mil y una noches desfilando sobre un camello.

La noche del 2 de diciembre de 1971 los barones Rothschild organizan en su castillo de Ferrières, a las afueras de París, Le Bal Proust, un baile con motivo del centenario del nacimiento del escritor Marcel Proust. El baile se convierte en uno de los últimos destellos de una sociedad que desde final de la contienda mundial parecía haber vivido en el interior de una burbuja, a espaldas de un mundo sombreado por la guerra fría, la amenaza nuclear; una elite que continua refugiándose en un pasado nostálgico con la ayuda del disfraz y la máscara, sin darse cuenta que la calle es ahora el punto de encuentro de todos los artificios. La imagen de la actriz Marisa Berenson como la decadente Marquesa Casati señala un punto final a una época y un estilo de vida. Un tiempo en que las celebrities acudían a las fiestas para divertirse sin necesidad de pasar por la alfombra roja. Ni tener en cuenta Instagram.

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