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El crepúsculo de los dioses

Este año del centenario de la Revolución Soviética abundan los estudios sobre aquellos trascendentales acontecimientos que marcaron el devenir del siglo xx, incluyendo los dedicados a la familia imperial de los Romanov y la aristocracia rusa con la que conformaron un régimen profundamente autocrático. La disección de dicha familia y de otras de la alta nobleza centran dos ensayos de reciente publicación, muy bien documentados y valiosos para entender los rasgos del alma rusa.

El crepúsculo de los dioses

Como no podía ser de otro modo, el centenario de la revolución rusa de 1917 ha conferido una considerable actualidad a los celebérrimos «diez días que conmovieron al mundo» y a sus decisivas consecuencias. Y nuevamente ha pasado a primer plano, incluso -o sobre todo- en la actual Rusia, el debate, ya antiguo, sobre su verdadera naturaleza. Para unos, en efecto, aquella fue una revolución de gran calado político y social capaz de dar un impulso decisivo al socialismo obrero europeo, heredero del republicanismo democrático-revolucionario y demás tradiciones emancipatorias, y a sus organizaciones y movimientos, coadyuvando decisivamente, al igual que la revolución americana de 1976, la francesa de 1789 y la mexicana de 1910 a la configuración del mundo contemporáneo. Para otros, se trato de un golpe de Estado, favorecido por las circunstancias del momento histórico, que impuso mediante el terror el poder de un partido único. También ha sido frecuentemente caracterizada como una revolución social en la que una clase, el proletariado, con el apoyo de una parte importante del campesinado, se hizo con el poder para transformar radicalmente el orden entonces vigente, destruyendo sus pilares básicos en nombre de un «humanismo proletario», por decirlo con Jean Paul Sartre. Y en ella no pocos han visto, en fin, el comienzo de una larga y cruel transición, a través de un implacable «capitalismo de Estado», del feudalismo al actual capitalismo neoliberal, en el que nada ha quedado finalmente del orden institucional construido por los bolcheviques, con Lenin y Stalin a la cabeza. Como nada habría quedado tampoco del «hombre nuevo Soviético» prometido por un sistema todopoderoso que en su día se creyó eterno.

Sea como fuere, aquella revolución acabo trágicamente con el poder de una dinastía, los Romanov, que durante siglos construyó a partir de un pequeño principado un vastísimo imperio que llegó a ocupar una sexta parte de la superficie de la tierra. Un imperio que fue gobernado por ella -esto es, por un total de veinte zares y zarinas- en inconmovible e inapelable clave autocrática, con el apoyo de la Iglesia Ortodoxa y la nobleza, en nombre de una encendida mística nacionalista y, claro es, populista.

El importante y exhaustivo libro que Simon Sebab Montefiore dedica a esta dinastía es, ante todo, como el mismo declara un «estudio del carácter y los efectos devastadores del poder absoluto sobre la personalidad», al hilo de los amores, matrimonios, adulterios y excesos de todo tipo de una familia excepcional. Una familia cuya historia puede ser asumida como una parábola de la locura y arrogancia que caracterizarían a los titulares de una autocracia «atenuada por el estrangulamiento», como señaló en su día Madame de Stael. Pero el libro de Montefiore, que entrelaza con gran habilidad lo personal y lo político, y que puede ser leído como una novela sumamente entretenida, es algo más que la biografía de un puñado de seres excepcionales que oficiaban de señores patrimoniales de una hacienda personal privada y creían ser el vínculo trascendente entre Dios y el hombre, toda vez que ofrece un vívido cuadro del «alma rusa» en su medio histórico y geográfico.

La caída de los Romanov arrastro de modo inexorable a la influyente nobleza rusa, que necesitó siempre su apoyo para controlar sus haciendas, sus siervos y sus latifundios.

El estudio de Montefiore, tan útil para entender por qué el imperio tuvo que hundirse en 1917, encuentra un complemento excelente en el que el historiador conservador Douglas Smith dedica al «ocaso» de la aristocracia rusa. Como bien cabría esperar, el lector recibe la historia dolorosa de una serie de familias que pasaron de gozar de una posición social y económica sobremanera privilegiada a verse perseguidos y desposeídos por su consideración como parte esencial de los «enemigos de clase». Corresponde a esta obra singular, ejemplarmente documentada y modélica en su factura sintética, el mérito de ser el primer libro dedicado a nivel mundial al estudio de algunos aspectos poco conocidos de aquella revolución.Estamos, en fin, ante dos libros que, sin duda, invitan al lector a profundizar, por ejemplo, en la espinosa cuestión de la supervivencia de la autocracia y también de la vocación imperial en la Rusia posterior al 17. Una autocracia hoy electiva pero no por ello menos deudora de lo que parece ser el destino último de un país siempre sorprendente. Y que todavía hoy nos sorprende.

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