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Muchos años después

Muchos años después, ante el pelotón de las intervenciones judiciales, Rafael Blasco habría de recordar el día en que se hizo pasar por capo del FRAP con pistola al cinto. Valencia era por entonces una ciudad básicamente fallera, aunque tal vez no tanto como ahora, de modo que cada cual se disfrazaba de lo que buenamente podía a la espera activa de tiempos mejores. La actividad más rotunda del autodenominado Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (hala, por nomenclatura que no falte de nada; las siglas del espantajo siempre me recordaban una tira de un humorista gráfico en la que el Zorro se encuentra con un campesino en un camino, le hace una destroza sin mediar palabra, se aleja a caballo tras la hazaña, y el campesino se mira y murmura con perplejidad: «pero, hombre, si te habría bastado con una simple Z»), la actividad más emblemática del grupo consistía en reunir a un centenar de personas bajo uno de los puentes del río, armados con sus correspondientes pancartas, que vociferaban unas cuantas consignas mientras la cosa se grababa en vídeo, material que se mandaba a París a la atención de Álvarez del Vayo a fin de que el anciano héroe de la resistencia republicana estuviera al tanto de que el pueblo español (o el valenciano, al menos) no solo era de un republicanismo a prueba de bomba sino que, además, estaba a un paso de tomar el poder en las calles. Pero no bastaba con esa artimaña de chamarilero, claro. Era necesario expandir también el rumor de que la princesa Beatriz de Holanda recorría su país en bicicleta provista de un espray rojo con el que decoraba las calles con un enérgico «Viva el Frap». De ser así, cabe suponer que sus súbditos detectarían en su princesa algún indicio de perturbación mental.

Lo peor del entusiasmo no es que a menudo se convierte en su contrario a lo largo del camino, sino el daño que puede ocasionar mientras perdura, por no mencionar ahora su atormentada relación con lo real. Pero como lo real acostumbra a convertirse en espejismo pasajero, como un flan que tiembla en cuanto percibe la cucharilla que habrá de trocearlo sin remedio, nos encontramos ante la ingesta de productos peligrosos que muy bien pueden desorientar nuestros apetitos básicos hasta reconducirlos a la basura acumulada en el oscuro fluir de las alcantarillas.

Y ahora mismo parece que estamos como cuando entonces. No es ya que Mariano Rajoy se solace hojeando el Marca, si eso le sirve para entretenerse en el césped mientras dedica su tiempo libre a decir banalidades en el Congreso para confirmar que poca cosa tiene que añadir (al fin y al cabo, al impetuoso Donald Trump jamás se le ha visto con un libro en la mano, ya sea en público o en privado, ye resulta chocante verlo en las teles firmando decreto tras decreto en los que sobresale el impudor de su enorme firma mirando a cámara), pero entonces ¿qué viene a ser Ciudadanos sino una de las bromas menos afortunadas de Albert Boadella?

En cuanto a Podemos, bien está su poco brillante intento de situar tanto el debate como la situación política en otro terreno, algo que si los actuales podemitas no consiguen bastará, con todo, para abrir una brecha necesaria que tal vez llegue a ser imparable para beneficio de todos en un futuro más o menos próximo, aunque para ello no parece necesario que los de ahora bailoteen a los compases de una cancioncilla de Lluís Llach como colofón de sus asambleas ni que se llenen la boca con el palabro «amor» en casi todas sus intervenciones, por no mencionar ahora su afición a hacerse pasar por marisabidillos.

En cuanto a nuestra querida cultura, bien puede decirse que se encuentra en el mejor de sus momentos. Y no solo porque la Unesco haya reconocido al fin el valor y el precio de nuestras queridas Fallas: además, menudean los homenajes a Joan Fuster, Ovidi Montllor, y hasta a Raimon, entre otros, en una ordalía de celebraciones que en vano tratan de homologarse con la toma de La Bastilla. Acaso es el momento de preguntarse qué se hizo de esa asociación -Valencia es Cultura, o algo así- en la que antiguos figurantes pretendían devolvernos las esencias culturales de este pueblo, un tanto a la manera del primer José Antonio Primo de Rivera, cuando proclamada su propósito de «rellenar de esencia al campesinado».

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