Un espacio sin duda singular, como es la galería Luis Adelantado en Valencia, permite acciones no menos singulares. Sus cuatro plantas, amén de la planta baja, dan mucho de sí gracias a su relativa autonomía tensada esta vez hasta la independencia. El genérico título de Post-Opening, en clara referencia a ese Valencia Abierto que viene a consagrar el otoño galerístico, esconde en realidad tres exposiciones distintas de tres artistas generacional y poéticamente distantes, dos de los cuales se estrenan en esta plaza nada taurina.
En sentido ascendente, nos encontramos en primer lugar con las pinturas y cerámicas de Concha Ybarra (Sevilla, 1957). Grata sorpresa rebosante de una inusual energía cromática preñada de elegancia, calidez y una no menos desbordante imaginación. El universo vegetal ha sido inagotable fuente de inspiración y estudio, no en balde se sitúa en el origen mismo de la vida terrestre. Una de sus estribaciones más extendida ha sido el tema del jardín, correlato humano del Paraíso celestial, cuando no versión doméstica de la vastedad y diversidad de esos paisajes que solo podemos disfrutar viendo de lejos. Jardín oculto nos muestra el interior mental de esta infatigable creadora dotada de un soberbio sentido del color. A destacar la frescura que destilan todas y cada una de sus obras, frescor acuático que casi podemos respirar en el aire mientras contemplamos sus acuarelas (agua y tierra) y cerámicas (tierra y fuego).
Más arriba nos espera Olmo 2017 de Jorge Peris (Alzira, 1969). Dos plantas que acogen dos instalaciones que parten de una misma raíz más que compositiva -la sección áurea-, cosmológica, pero que se muestran con la brutalidad material de lo opuesto. Flexible y rígido, ligero y pesado, agua y fuego. Energía y materia como elementos indisociables en permanente cambio de estado interno y diálogo externo. De un modo análogo al que el frondoso olmo no se concibe sin su sombra protectora, Jorge Peris insiste en que no podemos disfrutar de algo que no se nos muestre en su complejidad contradictoria. Así, en Olmo, las cuerdas entrelazadas se articulan a su vez con el espacio de la sala mientras vibran con ese poso/sombra vertido especularmente sobre el suelo, gota a gota, día tras día. Así, en Sauro, la sólida escalera de fundición -neoclásica e italiana por más señas- se desarma girando sobre sí misma con un dinamismo reptiliano que burla la rigidez espiral de la funcional caracol. Así, en Arma de defensa, los barrotes/garrote/lanza, fijados a la pared como armas en un salón, disparan nuestra mirada en el instante mismo que percibimos las huellas de los golpes asestados por ellos.
Finalmente, en la sala superior, ese Boiler Room dedicado a mostrar el trabajo de artistas emergentes o experiencias disciplinarmente complementarias, nos enfrentamos a una sala aparentemente vacía, negro sobre blanco. Instalación es un contundente ejercicio de relación entre pintura y espacio, entre espacio y pintura. Enrico Della Torre (Varese, 1988) ajusta los bastidores de los lienzos al paño del muro hasta convertir los cuadros en un elemento arquitectónico. Muy atrás queda la pureza y el ensimismamiento greenbergianos asociados a la pintura.
Mediante mil formas y variantes, los pintores que no quieren dejar de pintar, explorar las posibilidades a su alcance para relacionar su trabajo con el espectador y con el tiempo que nos toca vivir. En un primer golpe de vista, la instalación semeja un juego directo de blancos y negros sobre muro. Después la cercanía y el recorrido nos muestran la sutil variación y el profundo tratamiento superficial de esos negros vibrantes que son fruto de la repetición y superposición de múltiples líneas de carboncillo. Trazos y gestos que vivifican el aparente vacío inicial que ahora sentimos pleno de significados y cargado de emociones.
