Vicente Molina Foix ha brillado en muchos registros culturales: narrador, poeta, crítico literario y cinematográfico, traductor de Shakespeare, autor de teatro y director de cine en el ámbito de lo que antes se llamaba «arte y ensayo» y ahora, de forma más estimulante, indie, etc, etc, y muy galardonado. Desde 2006 ha emprendido una trilogía de novelas documentales, como él las llama, que lo han consagrado aún más: El abrecartas (Premio Nacional de Literatura), El invitado amargo (coescrita con Luis Cremades) y ahora El joven sin alma, escrita en estado de gracia, una de las novelas que más me han subyugado en muchos años.
El joven sin alma es un libro imprescindible para entender, extasiarse y disfrutar del Zeitgeist, con perdón, de los años 60 en España (una década atravesada por el cine, tiempos gloriosos de la Nouvelle Vague y del mejor cine italiano), y con cinéfilos apasionados que escribían en las dos revistas españolas rivales y más representativas, la marxista Nuestro Cine y la más atrevida, sorprendente y literaria, Film Ideal.
Y a partir de ahí, del cine, se desencadena una historia trepidante que desembocará en la Banda de los Seis. El jovencísimo Vicente (apodado Cara de Luna) se encuentra en Barcelona con Ramón, que luego se transformó en Terenci Moix (El Novelista Sensacional) y Pedro Gimferrer (El Poeta Fundador), los tres colaboradores de Film Ideal, y con Ana María Moix (La Poeta en Prosa delicada), importantísima presencia en este libro. A esos cuatro se añadieron más tarde Guillermo Carnero (El Poeta de Gran Estatura) y luego Leopoldo María Panero (autonombrado Leopoldo Sexto). Habría que agregar la irrupción espectacular de la Doctora Mabuse que fascina a Pedro, quien sugiere formar un singular trío con Vicente, del que éste saldrá mal parado. Pero ya se enterarán ustedes leyendo la novela El joven sin alma, que así es conocido, como ustedes habrán adivinado, Vicente Molina Foix.
En la novela resplandecen las accidentadas relaciones de estos escritores jovencísimos: «El sueño de sus vidas, escribir poemas y relatos que no tuvieran igual, su aspiración personal, amar fuera de lo común, sin cauces». Y el narrador añade: «Todos nos dábamos celos y nos hacíamos sombra y nos queríamos con el amor que nace de la rivalidad». Naturalmente acontecen cataclismos emocionales. Y de pronto se publica Arde el mar de Pedro Gimferrer, «el portavoz y artífice de la nueva poesía», el estandarte inigualable de los llamados algo después poetas novísimos, al que siguieron los libros de Ana Moix, Carnero, Panero. El más tardío, Vicente, logra sin embargo una de sus cabriolas más exitosas: ser incluido en la muy codiciada nómina de los Nueve novísimos poetas de Castellet, sin obra todavía publicada pero sí escrita y juzgada.
Un libro, repito, imprescindible para entender la más alta exaltación literaria de la época más exaltada. Y el notario prodigioso es Vicente Molina Foix, el joven sin alma, «que no tenía sentimientos y no conocía el desespero ni el dolor», mientras que los otros, nos dice el narrador con retintín, «se suicidaban por amor sin llegar a las últimas consecuencias».
Y el libro termina con unas cartas que el autor ha presuntamente encontrado de Ana Moix, la gran Deseada que ha enamorado sin corresponderlos a Pedro, Guillermo y Leopoldo. Unas cartas, plus vrai que nature, con las que Vicente Molina Foix, un maestro en su papel de imitador de voces, ilumina inolvidablemente los entresijos y las peripecias y el tráfico de sentimientos de la Banda de los Seis.
Como apunte final, una opinión personal que confío en que sea algo transferible. En mi podio de las mejores obras españolas del siglo xxi figuraban ya, en un sitial, Crematorio y En la orilla de Rafael Chirbes, a las que ahora se han unido, en otro, las tres novelas documentales de Vicente Molina Foix. Para el sitial restante sigo considerando, en momentos ociosos, varias excelentes novelas y espero no equivocarme demasiado.
