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Otra forma de mirar a Goya

La primera exposición individual en España del artista de origen caribeño-italiano Raphaël Barontini (París, 1984), donde se abre el tiempo para un vudú reconstituyente.

Otra forma de mirar a Goya

Manuela Mena, hasta no hace tanto Jefa de Conservación de pintura del XVIII del Museo Nacional del Prado y especialista en Francisco de Goya, quedaría encantada con la interpretación que el joven artista Raphaël Barontini (París, 1984) -ganador de la beca de la multinacional LVMH, Louis Vuitton- ha hecho de la obra del gran artista. El reto era mayúsculo, teniendo en cuenta que la mayor parte de los espectadores que pasen a ver la muestra se van a reconocer en los lienzos que este genio fue creando a lo largo de su vida. Goya supo, como pocos, reflejarnos tal y como somos, un pueblo ávido de fiesta y tradiciones, nuestros paisanos humildes y también nuestros más nobles personajes; la España chulesca y tradicional frente a la más refinada y erudita; reflejó con acierto la personalidad de monarcas que tomaron nefastas decisiones para el país y también la de aquellos que intentaron importar parte de aquel pensamiento ilustrado -afrancesado- que recorría Europa. Y también la cerrazón y el oscurantismo. Estoy casi segura de que cualquiera puede recordar «su primer Goya». El mío fue «El perro», o «Perro enterrado», en un viaje a Madrid con el cole. Casi vomité. Las obras de ese hombre se te agarran.

Algo parecido le ocurrió al francés Barontini. Rostros bestiales, las muecas, la sangre, la tauromaquia, la hediondez que bastantes de las Pinturas Negras del maño desprenden, quedaron impregnadas en la retina del estudiante Raphaël. Tras su estancia en Haití, el artista ha ido reinterpretando aquella vivencia en la isla con la fuerte influencia que le supuso Goya. Es posible que los colores de los isleños sean mucho más vivos y alegres, pero esa iconografía un tanto oscura que supone ahuyentar los malos espíritus, el gusto por disfrazarse, el vudú, los desfiles y pasacalles, la música, el ruido, los diferentes olores de platos cocinados a la lumbre en plena calle, el alcohol, la transpiración y la cera de las velas, todo mezclado, es, sin duda, también muy nuestra.

Con el apoyo de Espai Tactel en la producción tanto como en la escenografía, asistimos a un desfile en el que banderas y estandartes de varios tamaños, entre el cemento y la arena -real como la de la Malvarrosa- recrean los rostros de monarcas, meninas -¡también el gran Velázquez!-, negros, infantes, en un desordenado orden de collages. Barontini se permite incluso un guiño hacia las tradiciones más auténticas del cap i casal valenciano, el murciélago. Parece ser que este mamífero alado tiene especial importancia en el bestiario de las Antillas.

A diferencia de Goya, sin embargo, y casi se lo agradecemos, lo que no hace el francés es ahondar en lo más oscuro de esas tradiciones en las que prima lo feo y tremendo, las pasiones más primitivas, donde se mata a un pobre bicho con el fin de derramar su sangre y adivinar el futuro. Barontini evita ese espectáculo bárbaro donde a las bestias se las disfraza de hombres y los hombres se convierten en bestias. Él se queda con lo más festivo y ameno de los aquelarres, eso sí, sobre un planeta mucho más frío, si nos atenemos al subtítulo de la muestra: «Un desfile Real sobre Marte». Como nos recuerda la crítica de arte Johanna Caplliure en su texto de presentación en esta exposición la magia palia los desastres de la historia.

A propósito de Goya, Ortega y Gasset escribió: «Enorme acertijo para aclarar, ya que no resolver, una de las realidades más complicadas que han aparecido en todo el pasado del arte». Manuela Mena pasó gran parte de su vida intentando aclararlo. Raphaël Barontini lo reinterpreta con acierto.

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