Ese territorio ocupado...

Las mujeres que aparecen en ‘El foc i la cendra’ y las muchas que ocupan los capítulos de ‘Escrito en la carne’ son fundamentales en el panorama de la creación artística

El foc i la cendra. Dones creadores i tràgiques Antoni Gómez

El foc i la cendra. Dones creadores i tràgiques Antoni Gómez

Alfons Cervera

Alfons Cervera

Antes de estos dos libros, hubo otro: Encerradas. Mujer, escritura y reclusión. También coordinada la edición por Purificación Mascarell. Bastante de lo que allí se escribía lo encontraremos aquí de nuevo. En los dos libros que traigo a este número de Posdata en Abril y que, cada cual en su órbita de intervención, aportan materiales para un debate que resulta al día de hoy absolutamente imprescindible. Y digo ya de entrada la palabra «intervención». Porque si la escritura no va de eso, ¿de qué va? Una literatura que no mueve a la acción cuando cierras el libro es, más que literatura de verdad, otra cosa: nada. Palabrería. Marear la perdiz. Soplar para que se enfríe la sopa cuando hace horas que la sacamos del fuego. En los dos textos -el de Antoni Gómez y el que organiza con la suya propia y otras escrituras Purificación Mascarell- aparecerá ese fuego creativo que en demasiadas ocasiones veremos convertido en cenizas. Pero ojo: al final el tiempo -aunque suene a tópico y seguro que lo es- acabará poniendo las cosas en su sitio. Las mujeres que aparecen en El foc i la cendra y las muchas que ocupan el fascinante recorrido de los capítulos magníficos de Escrito en la carne ocupan ahora mismo un lugar fundamental en el panorama de la creación artística: la de antes, la de ahora, la de siempre. Es más, como se afirma en el primero de esos textos: serán sus nombres, los de ellas, los que perdurarán muy por encima de quienes en algunos casos fueron sus carceleros.

El cuerpo de la mujer ha sido diseñado por los hombres. También la escritura sobre/en ese cuerpo: «Casi podría afirmarse que los cuerpos femeninos son perfectos dispositivos de biocontrol masculino», escribe la misma Mascarell en la introducción a los capítulos que vendrán en las páginas siguientes. Desde la maternidad a las víctimas y detectives en la novela negra, pasando por el tránsito de lo personal a lo político (Kate Millet), la prostitución (en algunos momentos -sobre todo cuando aparece Virginie Despentes- me acordé de Grisélidis Réal), la discapacidad, las migraciones, la enfermedad y ese mixt que formarían la bruja, la femme fatale y la vampira. Textos que ahondan desde el trabajo académico y no renuncian a una estructura narrativa y una forma de divulgación donde no falta esa especie de remate final que son las conclusiones. En el lado de las mujeres que despertaron en el fuego de su creaciones artísticas y algunas de ellas fueron pasto no sólo de su fuego personal sino de los que encendía el contexto en el que desarrollaron aquellas creaciones: desde Marina Tsvetàjeva a Amy Winehouse, los nombres de Nina Simone, Susan Sontag, Janis Joplin, Camille Claudel, Simone Weil, Emma Reyes, Elizabeth Smart, Rita Hayworth, Lucia Joyce, Charlotte Salomon, Ingeborg Bachmann y Lucia Berlin. Mujeres que «van saber imposar, per damunt de tot, o si més no ho van intentar, la seua singularitat com a creadores». Aunque muchas de esas mujeres, precisamente por lo que también se cuenta en el otro texto, no tuvieran precisamente lo que podríamos llamar un final para echar cohetes.

El cuerpo, ese «territorio ocupado», como decía Jorie Graham en Deprisa, puede ser liberado por la escritura. Pero ha de ser otra, esa escritura. No, nunca, la que coloniza, la que domestica, la que reduce el cuerpo ocupado a la condición de cosa sin aristas, sin sitio donde vivir incluso en ese propio cuerpo que deja de ser suyo en la escritura de otros, y qué casualidad: esos «otros» escribiendo siempre en y desde lo masculino. Como también se pregunta un nombre bien presente en Escrito en la carne: Adrienne Rich. «¿He de continuar diciéndome,/ diciéndole/ Este es mi cuerpo / toma y destrúyelo?», escribe la autora de ese libro inmenso que es El sueño de una lengua común. Al llegar aquí, regreso a lo que se mostraba en Encerradas. Mujer, escritura y reclusión: «diversas formas de reclusión que han actuado y actúan sobre la mujer, y de las diferentes maneras de narrarla». Pues más o menos, y con las mismas y nobles pretensiones, algo parecido encontramos en los dos textos que hoy saco aquí, no juntos o revueltos, sino los dos a una, para volver al principio y dejar bien claro que si un libro no nos mueve a la acción es que algo ha fallado en su escritura. Ojo: también en la lectura, en otras ocasiones. No toda lectura vale lo mismo. Y no hablo de elitismo lector. Para nada. Sólo que hay lecturas que no tienen ni idea de lo que leen. En todo caso, los dos libros, El foc i la cendra y Escrito en la carne, no nos invitan a una siesta, precisamente. Y claro, sólo hay una manera de comprobarlo: leyéndolos. Así que «¡Acción!», como diría una voz potente en el momento más importante cuando se está rodando una película. ¡Acción!