Inmaculada Concepción Belmar presenta un cuadro clínico con hemorragia subaracnoidea tras lesión, hipertensión arterial, tendinitis y ansiedad. Fue intervenida de aneurisma en la arteria cerebral derecha y se le colocó una derivación ventriculoperitoneal tras un cuadro de hidrocefalia. En la actualidad, a sus 58 años, esta carcagentina necesita ayuda para realizar buena parte de las actividades básicas de la vida diaria, pero eso no era así hace dos años, cuando gozaba de una salud excelente. «Me reventó una arteria en el cerebro y como nadie me hizo caso acabé en coma», relata. Aquel acontecimiento le cambió la vida por completo. O como ella dice, se la arruinó. Únicamente tiene un grado de discapacidad del 36 % pese a que no puede trabajar. Ese amplio historial de complicaciones solo le sirve para percibir algo más de 400 euros al mes, cifra que apenas da para pagar su hipoteca.

Su calvario empezó hace algo más de dos años, a finales de 2016. «Yo sentía un dolor en la cabeza muy fuerte, algo raro en mí porque había tenido pocas dolencias hasta aquel momento. Fui al médico de cabecera y me dijo que todo era una contractura, algo que me extrañó mucho. Pasaron los días y cada día tenía más dolor. Me desmayé y el mismo doctor me dijo 'me gustaría equivocarme, pero creo que está muy mal'. Me llevaron al hospital e insistieron en que no me pasaba nada y que me fuera a casa. A las ocho horas yo estaba en coma. Mi pareja me llamó por la mañana y, claro, no le contesté. Avisó a mi hija, le dijo que había pasado mala noche y que fuera a ver si me encontraba mal. Si no llega a ser por ella, yo me quedo allí», explica a Levante-EMV.

Pasó 25 días en coma. «Cuando desperté había cambiado de año y todo, aunque yo pensaba que acababa de entrar en el hospital. Le pregunté al médico si podría salir para celebrar la nochevieja y me respondió: '¿Qué nochevieja, la del año que viene?'», relata Inmaculada. A continuación le tocó vivir uno de los momentos más duros a nivel emocional: «Me llevó junto a un espejo. Cuando me vi completamente rapada y con la cabeza llena de grapas se me cayó el mundo a los pies. No puedo borrar esa imagen».

Su caso sorprendió incluso al personal sanitario que le atendió cuando sufrió el coma: «Tras despertar, el médico me dijo que había estado a punto de morir. No se podía explicar que nadie hubiera visto lo que me pasaba», expone. Tras aquello, perdió buena parte de la musculatura y tuvo que aprender a caminar de nuevo. En la actualidad se acompaña de una muleta, aunque hasta hace un tiempo necesitaba un andador. Le cuesta incluso ubicarse en el espacio. Frecuentemente se desorienta, especialmente si está en un pueblo que no sea el suyo. Difícilmente puede estar sola.

Irreconocible

Sus amigos más cercanos apenas la reconocen. «Es otra persona diferente». Es un manojo de nervios y su voz se resquebraja mientras rememora lo ocurrido, pues le ha supuesto una gran cantidad de problemas. «Ahora tengo mucha ansiedad, la tensión muy alta, tendinitis en el hombro y apenas tengo memoria a corto plazo. A veces voy al médico y ni siquiera tengo cita. Siempre llamo a alguna amiga o me lo apunto todo porque nunca me acuerdo. Repito mucho las cosas, solo me doy cuenta de ello cuando mis hijos me miran con cara de que ya lo he dicho una y otra vez», comenta al respecto Inmaculada.

Aunque uno de los golpes más duros para fue el de perder una de sus viviendas, que el banco se quedó en propiedad: «Tras 25 años cotizados y percibo de incapacidad total permanente algo más de 400 euros al mes, me han dejado lo mismo que cobraba de subsidio. Tenía una casa y un piso, el banco me quitó la casa al no poder pagarla y me subió la hipoteca del piso hasta los más 300. Casi todo el dinero que me entra se va para eso. Ahora peleo judicialmente para que me concedan la absoluta y así podría recibir cien euros más».