Existen muchos tipos de locales gastronómicos: restaurantes familiares, con cocina de autor, aquellos de nueva ola que buscan hacer de la comida una experiencia, los locales de tapas, los de bocadillo, cerveza y fútbol... De todos ellos, los bares de carretera constituyen la que es quizá la tipología más particular. Localizados normalmente en medio de la nada y con espartana austeridad en la escenografía, su idiosincrasia se aleja del estándar en la restauración. A priori no cuentan con clientes habituales más allá de los camioneros con rutas regulares; su público, de inicio, es mucho más volátil. Así que para fidelizar, necesitan de un gancho, algo que les haga especiales para que el boca a boca „o, ahora, el «he leído en Facebook que...»„ haga su magia y el cartel del local provoque que el conductor de turno considere detenerse justo ahí y no diez kilómetros más adelante. En esta tarea de labrarse un nombre, el Bar-Restaurante Doménech de Alberic representa uno de los ejemplos más ilustres de la Comunitat Valenciana por la gran popularidad conseguida a lo largo de sus cincuenta años de historia. Un prestigio cimentado con su especialidad, el redonet, como base. El reconocido bocadillo y el Doménech se encuentran de celebración por sus bodas de oro, una relación que ha hecho del bar alberiqueño una parada conocida por varias generaciones de viajeros al norte y sur de la A-7 y de otras partes de España.

De hecho, el bocadillo llega incluso a competir con la mona de Pascua, el panquemao de Alberic, por ser la referencia más conocida de la localidad de la Ribera. Un vistazo al salón en un día cualquiera da una idea del éxito del restaurante. Un éxito con nombre propio. Aunque cuenta como cualquier local con menú del día, esto es casi una concesión, por cumplir las formas: «Vivimos gracias al redonet». A Pilar Doménech, hija del matrimonio fundador y gerente del local desde el año 2001, no se le caen los anillos por admitirlo. «Entre el 80 y el 90% de los clientes lo pide, sea porque se lo han recomendado o porque nos pregunta a nosotros», aventura. No obstante, cuestionada por el número de bocadillos que pueden llegar a vender al día, Doménech aclara que no cuenta con referencias acerca de ello: «Es la pregunta del millón», dice con una sonrisa, «la gente siempre lanza cifras: 100, 200, 1000, 5000... Pero es que nunca se sabe. Son muchos siempre, sí, pero la cantidad total depende en gran medida del día. No solemos hacer previsiones porque dependen de muchas variables, y a veces ni eso. No nos suelen servir». Pilar contesta de carrerilla, confirmando que, efectivamente, esta pregunta la ha contestado muchas veces y la producción total de las planchas del Doménech „«que sí te puedo decir que están encendidas todo el día»„ es uno de los grandes misterios de Alberic.

Marca de la casa

La apuesta por el redonet como producto estrella diferencia al Doménech de otros bares de carretera y lo caracterizó desde el principio. La leyenda cuenta que la receta está patentada desde que Enrique Doménech, fundador del restaurante y padre de Pilar, lo idease en los primeros meses de vida del local. Una historia que su hija se encarga de desmentir, aunque afirma que en un momento dado sí tuvieron esa intención: «No pudimos patentar nada, ya que no hay receta secreta. Cualquiera puede hacer este bocadillo en casa». Los ingredientes, de hecho, están bien a la vista para cualquier cliente con un mínimo de curiosidad. Un panecillo redondo, con poca miga y fino que dos hornos se encargan de producir cada día para el Doménech, y entre ambas rebanadas, una fina loncha de lomo, tomate natural y aceite aromatizado con ajo y perejil. Una combinación de ingredientes que le han valido al redonet un lugar privilegiado en el imaginario popular de la cultura de l'esmorçaret valenciana.

Bares de otras localidades han intentado reproducir el especial del Doménech, pero en ningún sitio sabe como en Alberic. «No hay ingrediente secreto, como te digo», explica Pilar, «se trata, como casi siempre, de la calidad de los ingredientes. Y de la experiencia de años haciendo el bocadillo», añade. En este punto, la gerente del Doménech pone en valor el esfuerzo de los 19 trabajadores del restaurante, tanto a la hora de preparar el plato estrella como para manejar las aglomeraciones de clientes que a veces vive el local. «La experiencia es lo que te hace dominar estas rutinas», sentencia.

Una relación desde el principio

El Bar-Restaurante Doménech abrió sus puertas el 18 de junio de 1968, en un local de la nacional 340. Junto a Enrique Doménech invirtieron otros dos socios, que a los pocos meses abandonaron la empresa. Fue entonces cuando Doménech creó el bocadillo tras probar un tipo especial de panecillo. «Era muy quejica con la comida, siempre estaba creando platos a ver si le gustaban. El redonet surgió así», rememora Pilar. Para introducir esa nueva creación, se la ofrecía a los clientes con la promesa de invitarles si no les gustaba. No tardó en cuajar, y el resto del cuento es historia de la gastronomía valenciana. En estos cincuenta años se cuentan dos generaciones de Doménech, un traslado de sede y el cese de su actividad como hostal. Y, como punto central de esta historia, un bocadillo que ha salido redondo.