Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La «imposible» reforma de la Colegiata

A finales del siglo XIX el arquitecto Gerardo Roig Gimeno, que trabajó en Valencia y Teruel, entre otras ciudades, centró sus ojos en Gandia y propuso una «reforma» de la Colegiata que hoy sería completamente imposible y que habría generado gran polémica

La «imposible» reforma de la Colegiata

La figura de Gerardo Roig Gimeno podría haber pasado desapercibida en la ciudad de Gandia, ya que su labor profesional la desarrolló principalmente en Valencia. Arquitecto titulado por la escuela de arquitectura de Barcelona en 1882, centró su actividad profesional en las últimas décadas del siglo XIX y primer cuarto del XX. Trabajó en sus inicios esporádicamente en la ciudad de Teruel.

Desde 1891 desarrolló su actividad como arquitecto municipal de Valencia, donde llegó a ser uno de los responsables de la restauración de las Torres de Serranos y la Lonja de la seda de Valencia. Junto con Manuel Cortina Pérez dejó su sello en el cementerio de Valencia en panteones familiares, criptas y sepulturas y monumentos funerarios.

Su paso por Gandia incluyó una reflexión sobre la necesidad de actuar de una forma racional (o radical) en el gran templo de la ciudad, la Colegiata de la Asunción Santa María, reflexión que nos dejó impresa en el semanario El Litoral en abril del año 1882.

La motivación personal según Gerardo Roig, radicaba en que esta ligera reseña permitía hacer comprender que en Gandia, por diferentes causas, se había puesto en la vía del crecimiento y del desarrollo, tanto agrícola como comercial, y que en ella se trataba de introducir mejoras, y ninguna a su juicio de más importancia en lo tocante al ornato público que la restauración del edificio religioso en cuestión. Aquella aseveración era un tanto cuestionable cuando en aquellos momentos la ciudad carecía de agua potable y no disponía de alcantarillado que reforzara la débil situación sanitaria existente, prueba de ello, los episodios de cólera sufridos por sus vecinos.

Tras ubicar en el tiempo el monumento de la Colegiata dentro de la corriente a la que denomina gótico florido en su tercera época, no descarta en acabar denominándolo «gótico decadente». Los grandes contrafuertes maceros le daban un aspecto al edificio pesado y poco airoso, advirtiendo de la falta de pináculos y crestería que le hubieran dado un elegante acabado, aunque reconocía que su ausencia era tónica general en la antigua Corona de Aragón. Aseveraba que los aristones tan solo soportaban bóvedas tabicadas comunicando escaso empuje a los robustos contrafuertes.

Refiriéndose al herraje de las bisagras de las dos hojas de la puerta, para él delatan su antigüedad, afirmando que «en Roma Miguel Ángel y su escuela ya habían echado los fundamentos de la arquitectura del siglo XVI».

En cuanto a los motivos florales, es el admitido en los dos últimos periodos, prodigándose las hojas de col rizadas, las de cardo y de parra, particularmente en las cardinas que decoran el gablete de la puerta del crucero. En cuanto a la imaginería de las puertas, las consideraba un tanto histrionadas, revelando «unas manos que barruntan los lejanos fulgores del renacimiento».

Su plan de acción lo sintetizaba en dos fases, una inmediata, actuando en el interior del edificio, y una segunda, de lenta ejecución, con actuaciones en su parte exterior.

Atendiendo a la exenta ubicación del primitivo edificio, asevera que se debería abrir una vía por la fachada lateral norte a través del antiguo «fossar», lo cual conllevaría a la desaparición de una porción de dependencias, tales como sacristía, archivo y dos capillas.

El derribo de esas dependencias dejaría la fachada norte limpia y expedita, sacando a la luz la otra puerta del crucero, frente a la de Santa María, que da a la plaza Mayor o del Mercat, dotando a la Colegial de un doble acceso lateral enfrentado.

En cuanto a su fachada principal, la de la plaza de los Apóstoles, consistiría en la expropiación y derribo de las casas comprendidas entre las calles Abadía y Cofradía de la Asunción, hasta la calle Mayor. Sin obviar el encarecimiento del presupuesto, resaltaba la obtención de inéditas perspectivas fruto de semejante actuación.

En esa misma fachada oeste se centraría en «recortar» las casas que miran a la plaza Mayor, logrando de esta manera un espacio despejado y regular.

Las reformas internas las consideraba de fácil actuación y de bajo coste. El incremento de la feligresía estaba condicionado en gran manera a la capacidad del templo, ya que el coro ocupaba una tercera parte útil del edificio. En cuanto al presbiterio, según su criterio se debía recuperar toda su primitiva riqueza, haciendo desaparecer el revoque de sus aristones, claves y pilastras. Debería tomarse una parte de la calle de San Pascual, la cual se integraría al edificio y, tras rasgar el muro donde se sustenta el altar mayor, se ubicaría el coro circundando su sillería, que luciría de nuevo con mayor prestancia.

Tras la reubicación del coro la nave ganaría en amplitud y altura, posibilitando de esta manera un mayor aforo a la feligresía de la ciudad. La capilla de la Virgen de los Desamparados proponía que se trasladase a un lateral, dando paso a la de la Comunión, ocupando la sacristía el compartimento anejo a esta.

¿Desconocía Gerardo Roig la existencia de una cripta bajo el Altar Mayor? Este enigma nos ha dejado, ya que justificó la conveniencia de realizar una cripta con el fin de guardar las veneradas reliquias de algún santo de gran devoción.

Punto y aparte merece la crítica al viejo órgano, al que se refiere como «abigarramiento churrigueresco», el cual había de ser quitado y «destinado al fuego» debido a su «inoperante estado e inútil rehabilitación».

Las dovelas de las puertas deberían ser rehabilitadas, ya que el cincel del tiempo las había deteriorado, al igual que la pila bautismal, pavimento y verjas interiores. Una vez actuado sobre el dovelaje de la puerta principal, las figurillas, umbelas y flores deberían de aflorar de nuevo de las manos de los canteros, cuidando de protegerlas de las inclemencias atmosféricas por un frontispicio.

Una claustrilla o bajo antepecho calado que cerrase los tejadillos de las capillas, motivaría la existencia de gárgolas con el fin de canalizar el agua de las mismas evitando chorreones y negruzcas humedades que ensucian la fachada, resultando un vistoso remate de las mismas.

Gerardo Roig quería eliminar el campanario, del siglo XVI, ya que «es detestable su gusto arquitectónico, agravado por el anacronismo de ocupar parte de un edificio gótico». Para ello debería estudiarse la posibilidad de adelantar la fachada de la plaza Mayor un tramo con el fin de acoplar dos campanarios, o bien transformarla colocando el campanario sobre la puerta, aunque esta segunda posibilidad la consideraba la menos aconsejable.

Y también aconsejaba dotar a las puertas de un parviso enrejado con el fin de evitar los desperfectos en la imaginería que pudieran ocasionar la chiquillería con sus juegos de pelota.

Por último la actuación sobre el retablo del altar mayor, obra de Paolo de San Leocadio, aconsejaba su inminente limpieza, debiendo rascarse en gran parte el dorado y la subyacente enyesadura hasta dejar la madera al descubierto, ya que «la reciente restauración llevada a cabo sin conocimiento ni dirección alguna, por algún dorador de la academia, lo había embadurnado».

Compartir el artículo

stats