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El hogar de las segundas oportunidades

El refugio que la Sociedad Protectora de Animales y Medio Ambiente gestiona en Gandia acoge a perros y gatos abandonados en las calles. Allí son cuidados y mimados hasta que alguien decide adoptarlos En cuatro años, 1.300 mascotas han encontrado un hogar en Alemania y Holanda.

El hogar de las segundas oportunidades

En cuanto se abre la puerta Fénix recibe a los visitantes. Sentado, con miedo en la mirada, observa sin inmutarse a quien se le aproxima. Actúa como si estuviera viendo la vida pasar. Llegó gravemente herido. Fue atropellado y puede contarlo. Su milagro es haber sido encontrado por la gente de la Sociedad Protectora de Animales y Medio Ambiente de la Safor (Spama), quien le ha tratado y en cuyo refugio ahora se recupera rodeado de paz, de otros animales y, sobre todo, de mucho cariño.

Representa, él solo, la filosofía del día a día en ese vasto y a su vez humilde pedazo de terreno de 4.000 metros cuadrados ubicado en la partida de la Banyosa, donde ahora conviven en armonía unos 150 animales entre perros y gatos, todos recogidos de la calle.

Ahora son pocos. Han llegado a ser, según explica el vicepresidente de la entidad, José Francisco Belda, más de 800 los ejemplares alojados allí. Aunque han sido muchos, demasiados quizá, nunca les ha faltado de nada.

Desde hace unos años gestionan adopciones en colaboración con una protectora ubicada en la frontera entre Holanda y Alemania. Esos países son el destino del 80 % de las entregas que se cierran desde Gandia. Se mandan en avión, vacunados, limpios y perfectamente revisados. De los gastos de transporte se hacen cargo los adoptantes.

En cuatro años se calcula que 1.300 animales han encontrado un hogar en aquellos países, lo que ha ayudado a reducir considerablemente el número de inquilinos en el refugio de la partida de la Banyosa.

La zona en la que se encuentra Fénix está destinada a animales enfermos o en tratamiento. En sus habitáculos, un sistema de calefacción bajo el suelo les ambienta por las noches y en aquellas jornadas donde el termómetro desciende de forma brusca. El objetivo es cuidarlos hasta que puedan instalarse junto al resto de sus compañeros.

La electricidad para poner en marcha el sistema se genera mediante paneles solares y, por si se acumulan varios días sin sol, un pequeño generador, casi siempre apagado, se encarga de suministrar a todo el refugio.

Uno de los cinco trabajadores contratados por la entidad, Alejo, limpia el espacio de Fénix y de sus otros compañeros. «Lo hacen dos veces al día», dice Belda. Las jaulas están siempre impecables. Aunque están separados en habitáculos, todos los perros son libres. Les sacan, por turnos, a un gran espacio donde corren y juguetean sueltos durante algunas horas.

Los animales sanos se encuentran en la parte central del terreno, que está dividida en dos. En la zona exterior hay instalados entre cinco y seis perros por jaula. La presencia extraña les pone nerviosos, se vuelven, en apariencia, fieros y desafiantes. Ladran, saltan, adoptan posturas de defensa. Pero basta con acercarles la mano para que se calmen. Rápidamente se desvanece toda la fiereza y la lamen, como símbolo de agradecimiento. «Lo único que quieren es cariño», remarca Belda. Un pitbull blanco, un perro de raza peligrosa, se vuelve dócil en cuanto una mano, conocida o no, simplemente le acaricia.

Por la noche, los que están fuera acceden por una pequeña puerta, a la parte interior, donde también se les resguarda en los días de lluvia.

Hay otra zona para perros. Es interior, con dos animales por jaula. Llama la atención que en uno de los habitáculos solo hay uno. «Todos, cuando entran aquí, se instalan solos durante algún tiempo. Es el periodo de adaptación», explica Belda. Está todo bajo control.

Durante el tour por el refugio, el visitante se topa con varias pilas de gran tamaño. Son para lavar a los perros, algo de lo que se encargan los cinco trabajadores contratados por la entidad. Uno de ellos hace guardia durante toda la noche. El albergue está atendido las 24 horas. Cobran todos los meses, aunque para ello Spama debe hacer malabares.

No vivirían esa situación si no fuera por la abultada deuda que el ayuntamiento mantiene con ellos. Son más de 200.000 euros por distintos conceptos. Sobreviven gracias a los socios y a las donaciones altruistas que les llegan desde el extranjero. El refugio tiene, al mes, unos gastos que superan los 12.000 euros. En plantilla hay una veterinaria, que se encarga de curar y revisar a todos y cada uno de los animales que se encuentran en el refugio. También cobra.

A los sueldos se le suma la comida, las vacunas y todo lo necesario para el día a día en el refugio. Tienen clínica veterinaria propia, humilde, pero equipada.

En ocasiones se pude ver trabajando con los animales a alemanes u holandeses. Son voluntarios. «Amantes de los animales que en vez de utilizar sus vacaciones para viajar por ocio vienen aquí y están un mes ayudando a la protectora», explica el vicepresidente. Muchos extranjeros también aportan su ayuda económica para el funcionamiento del refugio.

Spama dispone, aproximadamente, de unos 400 socios. Luego están aquellos que no lo son «pero que colaboran y trabajan tanto o más como si lo fueran», señala Belda. Hay voluntarios que acuden cada día al refugio a ayudar en lo que pueden, una de ellas es Katy, una alemana afincada en la Safor desde hace 15 años y que desde hace 4 colabora con la entidad. En esta ocasión se encuentra en la zona de los gatos. Saca un bote de comida y en segundos la rodean una docena.

El espacio de los felinos es la antigua caseta del trabajador de los terrenos. Hay unos 60 y, aunque alguno que otro se ha escapado, «lo cierto es que el que se va, no se mueve ni 15 metros alrededor de la valla porque sabe que aquí está muy bien cuidado», bromea Belda. Antes de salir del refugio hay que conocer a Sara. Es una perra que anda suelta «está es la dueña», bromea el vicepresidente. Hay varios como ella. Lo cierto es que en la Banyosa se pueden encontrar perros en cualquier rincón. Viven tranquilos, es su casa.

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