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Vuelta al mundo

Un viaje en busca de la felicidad

Un vecino de Potries pasa cuatro años viajando por distintos continentes porque «estaba cansado de esta sociedad»

Domínguez, en el campo base del Everest, en Nepal Levante-EMV

Antoni Domínguez tenía un trabajo en Potries, era técnico de Fomento Local en el Ayuntamiento. Le daba para vivir de forma tranquila junto a su familia, pero no acababa de sentirse realizado. Así que, un buen día, decidió coger algo de dinero, una mochila y, sin más, recorrer el mundo. «Estaba cansado de lo que es la sociedad en sí. Necesitaba descubrir cosas nuevas, abrir mi mente y uno abre su mente y comienza a descubrir cuando viaja hacia lo desconocido», explicó ayer en conversación con este periódico. Reconoce que «no fue una decisión fácil» y que, en principio, «iba a ser un año sabático». Desplegó un mapamundi sobre una mesa y pasó de uno a dos y luego a tres y finalmente fueron cuatro años recorriendo el mundo. Así ha conocido América, Oceanía, Asia y África. Resultado: 175.000 kilómetros en busca de la felicidad.

Hizo el viaje por etapas. La primera, que duró 20 meses, le llevó a Sudamérica. Aterrizó en Cuzco, Perú, y desde allí se recorrió los 13 países del continente. Tras este periplo regresó a Potries «para que mis padres no me mataran», bromeaba. Pasó dos meses en casa. En ese tiempo no fueron pocos los que le dijeron «que estaba loco». «Le contaba a mis amigos y vecinos dónde había estado, qué había hecho y me decían que estaba loco», asegura Domínguez, quien responde que «el problema es que nos meten muchos prejuicios pero cuando estás en esos países y lo vives en tu propia carne todo, entiendes que lo que te cuentan no es real. En estos lugares hay gente muy buena. A mí personas con muy pocos recursos me abrían las puertas de su casa y me daban de comer», explicaba.

EE UU y sudeste asiático

Tras un paréntesis en el que se reencontró con los suyos, volvió a coger la mochila. En este caso se desplazó hasta la costa oeste de Estados Unidos, donde visitó California, Las Vegas y Nevada. De ahí se fue hasta Hawai, tras lo cual cruzó el océano Pacífico hasta llegar a las islas Fiji, Nueva Zelanda y Australia. Oceanía fue su paso para entrar al sudeste asiático, donde pisó Camboya, Vietnam, Laos y Birmania. Desde allí dio el salto a la India. En este país, concretamente, en la ciudad de Cachemira, fue donde Domínguez vivió una de las experiencias más desagradables. Narra que el conductor que le llevaba hasta esa ciudad cogió su mochila y la ató al portamaletas superior del coche. Al parecer, este no agarró las cuerdas con suficiente fuerza y, al llegar, se dio cuenta de que había perdido todo su equipaje y, con él, la totalidad del dinero, el pasaporte y toda su documentación. «Me dirigí a la policía y, tras dos días negociando con ellos, comprendieron que la culpa era del conductor por no atar bien mi mochila, así que le obligaron a pagarme un billete a Nueva Delhi, la capital, para que yo pudiera ir a la embajada y hacerme de nuevo el pasaporte», narra Domínguez.

En Nepal acabó la segunda etapa de su viaje. Regresó de nuevo a Potries, donde estuvo tres semanas antes de reemprender la marcha. Esta vez no lo hizo solo, sino acompañado de «Kleta», su bici, con la siguió su vuelta al mundo, en este caso desde Sudáfrica, pasando, por la parte del océano Índico, a Swaziland, Mozambique, Malawi y Zambia. «La idea era llegar hasta Egipto pero entonces mi padre cayó enfermó y tuve que regresar».

¿Cómo financió su viaje? Tenía algo de dinero ahorrado y, además, buscó la forma de viajar más barata: Usar transportes locales. Trabajó como agricultor a través de la Red Woof, en la que, a cambio de cuatro horas de trabajo te ofrecen comida y alojamiento. También echó mano de la plataforma «Coachsurfing», una red de alojamiento gratuito alrededor del mundo. Dice que «la única programación que tenía era que empezaba en Cuzco haciendo voluntariado, el resto de destinos fueron surgiendo».

Aunque lleva un tiempo ya en Potries y dice estar «a gusto», no descarta volver a viajar. De su periplo dice que «cuando regresas te sientes algo extraño; la vida aquí te obliga a cambiar tus rutinas, tu forma de vivir». Dice que «he aprendido a valorar lo que tengo, a simplificar al máximo tu vida y no dar tanta importancia a lo material».

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